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lunedì 27 marzo 2023

Crisis agraria mundial y la vuelta a la solidaridad


Paolo Groppo

FAO

Conferencia sobre Reforma Agraria y Desarrollo en Paraguay



17 de Marzo de 2009


(foto con Presidente Fernando Lugo - dx e con Ministri D. Borda (economia), Cardoso (agricoltura) e Rappresentante PNUD- sotto) 

Hablar de crisis en estos días es algo muy común. No hay país en el mundo donde no se comente esta crisis financiera y las consecuencias que conllevará en los distintos sectores de la vida.

 

Por esta razón, hoy no les hablaré de esta crisis más que de forma marginal. Me gustaría empezar recordando las palabras de un conocido economista italiano que el pasado 13 de marzo declaraba a un de los principales diarios: “Empezaremos a salir de la crisis sólo cuando los gobiernos empiecen realmente a comprender su gravedad[1].

 

Ahora bien, detrás de esta crisis, hay una crisis agraria que viene de más lejos y que durará mucho. Yo creo que es necesario partir de allí. Durante la Cumbre Mundial de la Alimentación (CMA) de 1996, la FAO anunció que unos 850 millones de personas sufrían de hambre en el mundo. Este número se redujo de apenas unos millones en los años sucesivos. A partir de aquel momento, a pesar del compromiso de los Gobiernos que firmaron la Declaración de Roma, el número de personas subnutridas ha ido creciendo hasta alcanzar la cifra de mil millones de personas.

 

En el año 2001 se comisionó un documento interesante que hacía un balance crítico del problema agricultura-hambre[2]. En él se cuantificaba la pobreza mundial con una frase que nos helaba la sangre: “2.800 millones de personas disponen hoy de menos de 2 dólares por día”.

 

Las cifras nos llegan de un informe del PNUD, una fuente fiable. Podemos afirmar que estas cifras se refieren a poco menos de la mitad de la población del mundo. Y esto ocurre en un periodo histórico donde un modelo de desarrollo único se ha desplegado sin verdadera oposición. Entonces, si el modelo que ha permitido un crecimiento económico de gran envergadura no es capaz de reducir el hambre ni la pobreza de un número tan elevado de gente, creo tenemos el derecho de pensar críticamente este modelo.

 

La primera pregunta debería ser entonces por qué hay tanta pobreza y por qué las cosas van tan mal en el campo. Uno de los aspectos que más ha llamado la atención de los consumidores del mundo entero en el último año, o año y medio, ha sido el aumento rápido de los precios de los alimentos. Esto ha provocado revueltas violentas en muchos países, ya sea en Asia, en África como aquí en América latina. Los precios han ido bajando y el tema ha dejado de estar en el ojo del huracán. 

 

Siendo una persona curiosa por naturaleza, me fui a consultar a mis colegas si era posible elaborar una serie histórica de los precios de los principales productos agrícolas, y al parecer, no es cosa fácil. Mientras tanto logré localizar un documento donde se presentaban estos valores en Estados Unidos, que les resumo con el grafico a continuación:

 

Como pueden ver, este grafico es bastante claro: hay momentos de pico en los precios mundiales dentro de una progresión negativa que se mantiene firme

 

Más allá del problema de los precios hay otros dos aspectos que debemos considerar: la productividad comparada y las políticas agrícolas. La productividad comparada hoy en día de un productor de granos de los países del norte, y un productor del sur del mundo es alrededor de 500 contra 1[3]. Si los dos compiten en el mismo mercado global, no es difícil imaginar quien tiene márgenes para poder disminuir el precio y eliminar del mercado el segundo.

 

¿De dónde viene esta diferencia? Hay varios elementos que considerar. La geografía es una, la investigación aplicada es otra. La geografía nos muestra cómo las zonas temperadas son aquellas donde se encuentra lo esencial de las buenas tierras, lo que llamaríamos la clase A. 

 

En ayuda de la geografía viene la historia para recordarnos cómo las agriculturas de esas zonas se han beneficiado de esfuerzos seculares de progresiva acumulación de fertilidad por parte de los productores y que esos esfuerzos se han manifestado también en la búsqueda de mejorías en el campo, en la variedad y en los avances tecnológicos. 

 

Convencionalmente se considera la década de los años 50 y 60 del siglo pasado como la revolución agraria moderna. Es obvio que una fecha convencional no significa que la moto mecanización y los químicos no existiesen antes en la agricultura, más bien indica sólo el momento de aceleración a escala mundial. 

 

Comparando los sistemas agrícolas del norte y del sur a finales del siglo XIX, los niveles comparados ya eran bastante distintos (10 contra 1[4]) y esto era el fruto de la acumulación histórica de “know how” de los agricultores familiares del norte. La historia agraria del siglo XIX es una historia de investigación-acción, tanto por parte de agricultores como de una pequeña burguesía agraria curiosa intelectualmente y además interesada en buscar y promover mejorías en el sector. Esto ocurría en el Norte y no ocurría en el Sur . 

 

Conforme se dispone de las nuevas tecnologías a precios [relativamente] interesantes, se va produciendo una aceleración del diferencial de productividad. 

 

Esta aceleración se produce en el mismo periodo cuando acelera también la integración de los mercados globales y  la concentración de los centros de investigación agrícolas. 

 

A medida que jugamos en un campeonato superior, el costo de los jugadores aumenta: en nuestro caso los avances en términos de productividad necesitan de una investigación cada vez más costosa, lo cual implica la inversión recursos financieros y una cierta garantía de retorno económico.

Poco a poco la investigación se va concentrando en pocas manos, privadas[5], las mismas que por sus dimensiones de mercado, pueden “garantizar” ese retorno económico. 

 

Y aquí volvemos a las tierras de clase A: las autopistas necesarias para que la Ferrari pueda correr. En mi tierra, Italia, los años sesenta son los años del boom económico, de las autopistas no sólo para la Ferrari sino también la pequeña Fiat 500, con velocidades distintas, claro está, pero con sitio para ambas. No es fruto de la casualidad si el Sr. Enzo Ferrari estaba tan cercano a los Agnelli. La Ferrari era el sueño y con la Fiat 500 se realizaba el sueño en masa de esa clase media que con sus primeros ingresos, quería dejar atrás la pobreza y soñar nuevos horizontes.

 

Esto no pasó en la agricultura. La investigación para los cultivos económicamente interesantes no se acompañó de una diversificación hacia otros cultivos porque a diferencia de las autopistas italianas donde todos políticos consideraban necesario dejar espacio a las dos, Ferrari y Fiat 500, en la agricultura, las tierras de clase A son para la Ferrari y en las tierras de clase B y C corre la Fiat 500.

 

El paso de la tracción animal a la mecánica y de los fertilizantes naturales a los químicos significó también dos otras cosas: por un lado la concentración de las unidades productivas hacia tamaños mayores que permitiesen rentabilizar esos nuevos capitales, y por otro lado unas políticas en favor de esas agriculturas

 

En la Italia de los años 50, las fincas de 5 hectáreas no rentabilizaban el costo de un tractor. Esto sólo era posible en fincas que fueran a partir de10 hectáreas. En los 80, serían necesarias unas 100 hectáreas para rentabilizarlo y hoy en día hay que llegar hasta una dimensión de 200 hectáreas. 

 

Así es como poco a poco van desapareciendo los agricultores de las agriculturas europeas en búsqueda de otro trabajo. Una migración estimulada, puesto que el desarrollo industrial del norte necesitaba de mano de obra, pero al mismo tiempo, es una migración peligrosa.

 

La industria mecánica y química necesitaba esta mano de obra para producir estos tractores y fertilizantes [entre otras cosas], pero no hay duda de que se trataba de insumos muy caros. Ni siquiera los productores medianos disponían del dinero necesario para realizar el salto de la tracción animal a la mecánica 

 

No sólo era necesario poseer grandes extensiones para rentabilizarlos, sino que necesitaban también préstamos y de una política de apoyo a esta agricultura en materia de asistencia técnica y precios. 

 

El cuadro que tenemos delante presenta por un lado la salida de productores y por el otro la necesidad por parte de los Estados de pensar cómo asumir esos costos crecientes. La preocupación pasa poco a poco del campo técnico al político. La razón de fondo era que el malestar campesino y el descontento obrero había dado claros señales de su peligrosidad, en concreto en la Unión Soviética, y había que evitar este ejemplo en Europa Occidental.

 

Recordemos que había poca información: no existía Internet. Y por tanto, los resultados de esas reformas o, como en el caso de la Unión Soviética, de la llamada revolución agraria, eran poco conocidos. Hasta la mitad de los años 40 el debate entre los economistas americanos estaba concentrado genuinamente sobre el posible adelanto de la Unión Soviética a los Estados Unidos[6].

 

En el campo había “agitadores” que iban contando historias fabulosas de los avances en Rusia gracias a la reforma agraria y de cómo debía hacerse lo mismo en nuestros países. En Italia el problema se tomó muy en serio porque el Partido Comunista, es muy fuerte y actuaba en un contexto, muy parecido a los latifundios latinoamericanos[7], el Sur de Italia. 

 

Si en el Norte, como Francia o Alemania, predominaban los agricultores familiares, en el Sur eran los grandes latifundistas asentistas y jornaleros sin tierra. El discurso político se recibía bien y las ideas de revuelta empezaban a difundirse. Debido a la posición delicada de Italia tras la Segunda Guerra Mundial, era necesario hacer algo. Una preocupación de este tipo llevó al Partido de la Democracia Cristiana, por lo menos a algunos de sus líderes, a darse cuenta de la ineluctabilidad histórica de la reforma agraria. La historia nos enseña que el encuentro de Alcide de Gasperi, hombre carismático de gran credibilidad internacional, con sectores importantes de la oposición comunista, logró que lo apoyaran en la implementación de la reforma agraria tras haber recibido en principio no pocas reacciones contrarias.

 

Es una historia complicada la de la RA italiana. Les voy a dar solo un par de elementos para entender la situación. De Gasperi, hombre del norte de Italia, de una tierra de agricultores familiares, hombre de visión, impuso la reforma agraria a los sectores más atrasados de su partido, que eran fuertes, con un peso político evidente, sobre todo en el sur[8]. Les impuso la RA por miedo a que las revueltas campesinas que se estaban produciendo lograsen ser masa crítica en contra del gobierno de reconstrucción nacional que necesitaba un cierto diálogo y armonía entre la DC y el Partido Comunista para reconstruir el país después de la guerra. 

 

El Partido Comunista estaba en contra de la RA y así votó en el Parlamento. La RA fue aprobada, por poco, gracias a los votos de los parlamentarios de la DC y demás partidos minoritarios. El sueño de Gasperi era pasar de un sistema feudal como el latifundio a un sistema más moderno de agricultura familiar como el que veía en el norte de Italia. Un sistema de agricultores familiares donde se unían los valores cristianos de la familia tradicional: el trabajo duro, la solidariedad con profundo un apego a la tierra. Y fue eso lo que hizo, al contrario de los sectores de su partido que tras haber sido obligados a votarla, se dedicaron a deshacerla. El PCI, que votó en contra, entendió que, a pesar de todo, tenía sus aspectos positivos y luchó por apoyar su implementación, en plena contradicción política porque el sueño de los visionarios demócrata-cristianos era conseguir que los jornaleros fueran dueños de tierra, propietarios de su casa, darles otra posición social que, poco a poco, podía ser recuperada políticamente por el partido. 

 

Y funcionó. La masa campesina italiana, aún habiéndose reducido, pasó a ser una masa de votos constantes a favor de la Democracia Cristiana, al menos hasta su desaparición en los 90.

 

Como les decía antes, uno era el tema político, y el segundo era el problema del costo de estas transformaciones. Se necesitaba dinero para tractores y fertilizantes, para la investigación de nuevas variedades, para pagar las expropiaciones de tierra y para crear un sistema de extensión agrícola. En parte, la respuesta llegó a través de la ayuda internacional (el famoso Plan Marshall) pero mucho dependió de la capacidad de visión de algunos líderes europeos que lograron aunar esfuerzos y juntar a gobiernos hasta entonces enemigos, en un objetivo común, una política agrícola común, que hoy conocemos como PAC. La PAC nació, así como el primer ejemplo de política supranacional en el sector agrícola, donde la dimensión de la solidariedad entre sectores económicos y entre países era esencial. Los sectores que más se beneficiaban con el crecimiento económico y los países que más crecían, pagaban más para ayudar a los demás sectores y demás países.

 

Fueron necesarios recursos financieros pero, repito, también recursos humanos. Hombres con una visión política a largo plazo: lograr la autosubsistencia rápidamente y reforzar los niveles de vida de los sectores agrícolas para que, de simples productores, pasaran a ser consumidores. Lo que definiríamos una política keynesiana: el Estado les daba dinero para ayudarles a mejorar su productividad y pasar así de nivel económico, lo que les llevaba a consumir: comprar la lavadora, la cocina “económica” (como se la llamaba entonces – que fue regalada a los beneficiarios de la reforma agraria) y, así poco a poco, pudiesen endeudarse para comprar la famosa Fiat 500, y más tarde, la 600. 

 

Este conjunto de políticas funcionó bien: en 15 años los países de Europa Occidental recuperaron completamente su autosuficiencia alimentaria y empezaron a tener problemas de exceso de producción que no han resuelto todavía [pero eso es otro asunto]. Los productores agrícolas mejoraron su situación en el campo, y compraron no sólo la Fiat 600 sino otras “necesidades básicas”. La Fiat se benefició de aquellos brazos que venían de la agricultura incorporándolos en las fábricas donde se producían las Fiat 500 y 600 que más tarde venderían a esos mismos obreros agricultores y en fin, el gobierno sacó provecho políticamente, con una Democracia Cristiana que se mantuvo durante unos 50 años en el poder[9].

 

Hoy en día ese modelo habría sufrido críticas por todos lados de parte de los economistas neoliberales porque se basaba en el papel central del Estado, que ayudaba a la recapitalización del sector agrario no solamente con ayudas directas sino también con ayudas indirectas tipo las barreras a las fronteras. 

 

Mientras tanto, fuera de Italia, ¿que estaba sucediendo en los demás países? Empecemos con un rápido recorrido paralelo entre las intervenciones promovidas por la Unión Soviética y las impulsadas por Estados Unidos.

 

A partir de 1945 una serie de RA fueron impulsadas tanto en Europa del Este como en Asia: la característica común entre esos procesos fue la fuerte presencia de un actor estatal: en ambos casos un Estado externo que, de hecho, mandaba en los asuntos internos. Pero los aspectos comunes no van más allá. La Unión Soviética tenía un pasado pésimo en materia de agricultura y de comprensión de las dinámicas sociales en el campo, que venia desde los debates internos entre los movimientos social-demócratas europeos a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX[10]. En el debate entre los reformistas que querían reconocer el papel particular del sector de la agricultura familiar, y los que los veían solamente como residuos pequeños burgueses que eliminar con la colectivización forzada, ganaron los segundos y sabemos como esto ha terminado. 

 

Los resultados económicos de esas RA fueron pésimos y a medida que el flujo de información volvió a restablecerse, nadie más se atrevió a proponer esas RA como modelo.

 

Distinta es la experiencia de EE.UU. en Asia. La primera fue en Japón, con el objetivo declarado de romper el esquema de poder que había llevado ese país a la guerra. Bajo su presión se impuso una RA radical “que tenía como finalidad destruir las estructuras económicas y sociales que habían presidido en el desarrollo de la política belicista del Japón”[11]. Fueron impuestos límites drásticos a la propiedad privada (1 Ha de tierras – 4 en Hokkaido) y fue un ejemplo de reforma masiva porque las familias adjudicatarias alcanzaron el 70% del conjunto de familias campesinas[12]. Para dar una idea del progreso alcanzado con esta reforma, es suficiente decir que el índice de la producción agrícola como calculado por FAO se duplicó entre los años 1945-49 y 1960-64[13].

 

Las resistencias fueron muy blandas, y la RA funcionó bien, a un precio menor de lo que se pensaba, pues al final pagaron las expropiaciones con bonos inflacionados. El mismo esquema [con el mismo equipo] se repitió en Taiwán y Corea. Creo que podemos honestamente decir que han sido las únicas RA en Asia que han funcionado bien y han servido de palanca para el desarrollo económico de esos países. 

 

Sin embargo, cuando se propuso emplear un esquema similar, con el mismo liderazgo en las Filipinas, el proceso no dio grandes resultados. De cierta forma podemos decir que no tuvieron la misma suerte que en los países que hemos mencionado antes. Si menciono la palabra “suerte” es porque creo que las RA son procesos complicados y muy poco científicos. 

 

El tema de las RA fue importante también en esta región a partir de los años 50. Recordemos el caso de Bolivia como ejemplo:

 

La RA Boliviana impulsada a partir de 1953 logró destruir la hacienda como sistema de explotación, sustituyendo los defectos del latifundio con los del minifundio. El reconocimiento legal de la nueva distribución fue muy lento. Para tratar de aplacar la alta presión humana en los valles del Altiplano, se proyectaron importantes traslados de población hacia las regiones tropicales bajas de la vertiente amazónica. Y este proyecto fracasó sobre todo porque las poblaciones aymaras de las tierras altas no se adaptaron bien al clima de la llanura húmeda y se mostraron particularmente sensibles a la tuberculosis[14].

 

El panorama cambia con la revolución cubana: al igual que en Italia, los conflictos en el campo asumen una matriz política y los dos temas se suman, en un cortocircuito que a partir de este momento pasará a ser la tónica en la región. Lo que a nosotros interesa es lo que sucedió en el campo y la oportunidad desaprovechada en aquel entonces. De hecho, en Cuba hay que diferenciar dos momentos muy distintos, la primera Ley del 17 de Mayo de 1959 y el giro que se tuvo lugar en los años siguientes. 

 

La primera reforma agraria reflejaba claramente las verdaderas origines de los líderes políticos. La misión era crear y asentar firmemente unos pequeños y medianos productores. Los límites impuestos a la propiedad eran bastante amplios, llegando a autorizar propiedad hasta unos 405 Has como máximo, prohibiendo la partición de terrenos por debajo de las 27 hectáreas. Conocidos expertos marxistas consideraron de manera muy negativa este intento, llamándolo de “pequeño burgués”[15].

 

Este proceso, lento en su arranque, fue considerado por la administración americana como una gran amenaza a sus intereses, dando pie a una serie de medidas de hostilidad que condujeron rápidamente a empeorar las relaciones entre los dos países. La Ley del 7 de agosto de 1960, con la nacionalización de las empresas extranjeras, fue también considerada como algo muy grave y de allí en adelante la situación empeoró hasta la declaración de la segunda reforma agraria, decretada en el mes de octubre de 1963, que limitada drásticamente la propiedad privada. 

 

A partir de entonces, con la entrada en juego de la Unión Soviética como ejemplo de organización del campo, se entró en una espiral de progresivo alejamiento de los intereses de los productores rurales y del gobierno. Una vez más, la incapacidad de entender la naturaleza particular de la agricultura familiar hizo que se creara un sistema muy dependiente de lo ideológico y muy poco cercano a la realidad. 

 

A partir de ese momento la discusión sobre RA pasó a estar esencialmente dominada por el mundo político: los que querían hacer RA fueron considerados como peligros subversivos, y las únicas modificaciones o pseudo RA aceptadas fueron las impulsadas por la Alianza para el Progreso de las cuales es mejor no hablar porque lejos de intentar una reforma pretendía sólo acallar las tensiones en el campo y evitar peligros de lucha subversiva. Era el modelo del Gatopardo, el famoso libro de Tomasi de Lampedusa: cambiarlo todo para que nada cambie. 

 

El caso de Brasil nos ofrece elementos interesantes. No tanto los intentos reformistas de los años 60 sino el proceso que se produjo, gracias a la fuerte presión de los movimientos sociales, a partir de la vuelta de la democracia a mitad de los años 80.

 

El “modelo”, si así podemos llamarlo, ha sido el clásico, por lo menos en la fase inicial: fuerte intervención estatal, expropiaciones pagadas con Títulos de la Deuda Pública (TDA) a 20 años, crédito subsidiado, algo de asistencia técnica y algunas medidas complementarias para infraestructura energética y vial.  En un periodo en el que empezaba a dominar el modelo neoliberal, un programa de este tipo, en un país tan grande, se consideraba algo extraño y por eso las críticas empezaron llover a los pocos años de su verdadero inicio.

 

Fue así que el gobierno solicitó a PNUD-FAO una evaluación del programa para saber si los asentados de la reforma agraria lograban un nivel de ingresos comparable (o superior) a lo que ganaban los trabajadores agrícolas. El estudio fue realizado al comienzo de los años 90[16] y tuvo una gran repercusión en el país[17].

 

Los resultados demostraron que en promedio los asentados lograban un ingreso 4 veces mayor del sueldo mínimo, lo que cualificaba positivamente la política de RA. No pudiendo atacar los resultados positivos alcanzados, dirigieron críticas al elevado costo del programa.

 

En el marco del programa de cooperación técnica que FAO emprendió con el INCRA fue posible examinar detalladamente las críticas y analizar los puntos débiles del programa con la finalidad de  mejorarlo.

 

Si bien es cierto que el costo era alto, el punto crucial era otro: cada vez que no se aceptaba el precio propuesto por el INCRA, se iba en juicio y el poder judicial estaba claramente a favor de los terratenientes, independientemente de si la tenencia de la tierra era legal o no. Por eso el INCRA, institución del gobierno federal, no lograba recuperar para la RA ni siquiera las tierras ocupadas ilegalmente por los terratenientes y tenía que pagar precios superiores al mismo precio de mercado. El problema era, y sigue siendo más político que económico, y hasta que no se logre una distinta articulación política, parece difícil pensar que sea posible solucionarlo. 

 

Dejando de lado este aspecto, el programa presenta algunos problemas. Entre ellos, uno sería la total separación entre el sector de los asentamientos de la RA de su entorno de pequeños y medianos agricultores. Dividir estos dos mundos es un grave error tanto en términos técnicos como políticos. Si el objetivo de la RA es de promover la ciudadanía, a través la distribución de tierra para ayudar a los pequeñísimos productores y a los sintierra a conseguir condiciones básicas para reforzar sus modos de vida, pensar a unas relaciones con el medio ambiente más sostenible y poder competir en el mercado con los demás productores, es fundamental pensar en una visión de sistema, donde el tratamiento a los nuevos asentados no cree fricciones con los demás agricultores familiares de la región. Al revés, se debería partir de un conocimiento del entrono territorial para pensar juntos las acciones posibles a ser implementadas dentro de los asentamientos.

 

Este debate se prolongó durante años, y de cierta forma, sigue en pie. Uno de los logros principales del trabajo de asesoría que hicimos fue pensar en una política nacional para la agricultura familiar, (el futuro PRONAF) donde los asentamientos de la reforma agraria tenían su propio espacio, pero sin tratamiento de favor. El punto central era reconocer que la mayoría de los trabajadores rurales preferían el modelo familiar en relación a la producción, con la posibilidad de considerar articulaciones de tipo cooperativo para los servicios, la comercialización y la venta. Y además, reconocer que los sistemas de producción que se iban a proponer en los nuevos asentamientos debían partir de un diagnostico del entorno territorial, incluyendo un análisis de mercado de lo que se vendía y lo que no se vendía. Es decir, conseguir que se comprendiese la necesidad de que la RA fuese una parte integrante de una visión política más amplia que considera el mercado una fuente de posibilidades y no una entidad enemiga. 

 

El Programa PRONAF se ha ido reforzando con políticas específicas para tema y actores distintos, con mayores recursos y superando los resultados conseguidos en la experiencia anterior. La etapa siguiente, ha sido considerar el conjunto de ese entorno de asentamientos y de agricultores familiares como espacios particulares, “territorios” que necesitaban un reconocimiento político a nivel superior. Brasil se encuentra actualmente en esta fase, encaminada hacia políticas territoriales que están sí algo segmentadas entre los distintos ministerios pero con una concertación institucional y de recursos más clara que en el pasado. 

 

Cuando digo que la discusión no ha terminado aún quiero decir que tengo la impresión de que en los sectores progresistas, en Brasil como fuera de Brasil, la relación entre agricultura familiar y reforma agraria sigue creando problemas. En italiano diríamos que hace “masticar amargo”.  

 

Si bien es cierto que una componente importante de los movimientos sociales y de pensadores de esos movimientos se reconocen dentro de la importancia de la agricultura familiar, hay quien considera que los asentamientos son espacios comunitarios colectivos y que la socialización de los medios de producción sigue siendo un camino por recorrer.  

 

Resumiendo y concluyendo: hacia dónde vamos

 

Vamos resumiendo: los principales procesos de RA hasta finales de los años 70 fueron, “fenómenos parciales, inconclusos, fragmentarios, que no contaron con el apoyo de una visión política global, integrada y viable[18].

 

A pesar de que los intentos reformistas anteriores consiguieron pocos resultados, lo que parecía ser una “victoria” de quienes tienen el status quo, en los años que siguieron se han producido cambios profundos, y que algunos han calificado como “modernización conservadora”[19]. Los rasgos principales han sido:

 

a)     Rápido incremento de las exportaciones agropecuarias 

b)    Considerable expansión del mercado interno

c)     Desarrollo del comercio agrícola en gran escala y cambios en los sistemas de producción

d)    Creciente participación del sector privado en la generación y transferencia de tecnología

e)     Transnacionalización del sector agrícola

f)     Nacimiento de nuevas categorías de empresarios agrícolas.

 

Se trata fundamentalmente de un fenómeno caracterizado por su heterogeneidad. Se desarrolla con mucha mayor intensidad en ciertas regiones, dejando otras afuera. Se concentra en ciertas producciones mucho más que en otras y afecta mucho más a ciertos tipos de explotaciones.

 

Sin embargo, si bien es cierto que, a nivel regional, el viejo latifundio tiende a desaparecer, continua la gran concentración de tierra, junto con una falta de recursos productivos y de acceso al crédito para una inmensa mayoría de pequeños productores campesinos. 

 

Esta desigualdad en el acceso a la modernización, matizada con el eterno problema de la concentración de la tierra[20]nos ofrece un cuadro donde junto a zonas/regiones en pleno desarrollo, que aprenden a sacar provecho de la integración mundial, existen cada vez “bolsones de pobreza” que buscan nuevas salidas económicas, como son la migración o la pluriactividad. 

 

La pobreza no se reduce y los resultados económicos, tal y como recordó un informe del Banco mundial, fueron “decepcionantes porque aunque positivo[s] continúa[n] sin generar cambios significativos en la reducción de la pobreza”[21].

 

Es en este periodo que aparecen nuevos actores protagonistas, como es el caso de los movimientos sociales organizados que llevan consigo una demanda de mayor participación en el diseño y realización de políticas relacionadas con el tema agrario, y no sólo con él. 

 

La sociedad mundial se muestra cada vez más sensible a nuevas temáticas, como la ambiental y la de género y, poco a poco, va surgiendo una fuerte demanda de protagonismo por parte de los pueblos indígenas. El panorama de cualquier político se complica ante una situación como ésta que estoy describiendo. De no hacer nada al respecto, el riesgo es que aumenten los conflictos armados debido al bajo costo de las armas. 

 

La conflictualidad ha ido creciendo de forma paralela a la carrera por acapararse (privatización) los recursos naturales, en particular, las tierras y el agua.

 

Por lo que no es fruto de la casualidad si el tema agrario ha vuelto a protagonizar la agenda internacional.

 

Los movimientos sociales han jugado un papel clave, en primer lugar, Via Campesina. Por otro lado, no podemos olvidar el papel de las nuevas tecnologías. Hoy día gracias a Internet la información “vuela” y resulta menos fácil ocultar la violencia que padecen los pueblos indígenas, las mujeres del campo, los sintierra. Un ejemplo sería la masacre de Eldorado do Carajas, en el Pará, Brasil en 1996. 

 

¿Creen Uds. que se habría sabido si no hubiera existido Internet? Está claro que la tecnología no ha contribuido a resolver el caso, pero cuanto menos, la difusión de la información ha obligado a los políticos a tomar medidas.

 

Es una constatación innegable que el número de conflictos relacionados con la tierra ha ido en aumento. Estamos estudiando la posibilidad de crear un portal en colaboración con ONGs internacionales y redes de organizaciones de productores latinoamericanas sobre este tema.

 

Viejos actores, como el Banco Mundial y la misma FAO, vuelven a mostrar interés por el tema agrario. El Banco Mundial lanza una propuesta basada en una visión de mercado que ha recibido muchas críticas de los movimientos sociales[22] y la propuesta de la FAO nace de una reflexión de otro tipo cuyo origen tiene como base las reflexiones que hemos presentado hasta este momento.

 

Los puntos que tener en consideración son los siguientes: si bien es cierto que en muchos casos las RA impulsadas por los Estados no han dado resultados positivos, es bastante evidente que el camino del modelo de mercado no ha logrado ni mucho menos los resultados previstos. Por lo que de la misma manera que no podemos eliminar el mercado, tampoco podemos olvidarnos de los Estados. Por otra parte, hay una fuerte demanda social de protagonismo civil en el sector agrario y fuera de él. La clave no está en eliminarlas, sino al contrario, sería necesario aprender a escuchar, a dialogar con dichas demandas para llegar a canalizar las fuerzas reformistas dentro de una visión política. 

 

Son muchos los temas que hay que considerar, y todos de gran envergadura. Cito, por ejemplo temas como la inserción en el mercado, la subordinación de agriculturas del sur a las del norte (recuérdese el diferencial de productividad, las políticas proteccionistas que nosotros podemos hacer y Uds no!). 

 

Y esto refuerza mi convicción en afirmar que es impensable lograr resolver los problemas agrarios de un país sin alianzas. Cuanto más pequeño sea el país  mayor deberán ser las alianzas si se quiere pasar de una visión de individuos a una de sociedad.

 

No creo que la solución sea recurrir a soluciones individuales/sectoriales. Es necesario volver a interesarse por los demás, es necesario “compartir”. La crisis actual ha servido para que en Europa volviésemos a descubrir este sentimiento de “solidariedad”[23].

 

Hace ahora 3 años, celebramos una Conferencia Internacional en Brasil sobre estos asuntos de reforma agraria y desarrollo rural[24].

 

El modo de organizar el evento, mucho más participativo que lo usual, solicitando a gobiernos, organizaciones campesinas, especialistas del tema para que la horizontalidad de las relaciones sea más dominante que la verticalidad del poder. Fue una ruptura con las conferencias clásicas, y permitió demostrar que se podía volver a discutir el tema tierra sin excesos verbales ni ideológicos. Quien estuvo allí pudo ver lo que entendemos por dialogar, escuchar y abrir puertas. No se puede partir de soluciones preconcebidas sino de las diferencias, en fin, de los seres humanos.

 

La pregunta del millón ha sido: ¿cuál es el futuro que queremos y por el que trabajaremos?

 

Es fácil decir que queremos reformas agrarias y desarrollo rural, pero no está tan claro lo que se entiende por estos dos conceptos. 

 

En las décadas pasadas las RA fueron esencialmente algo “en contra de” (del latifundio, de viejas relaciones sociales) más que “a favor de”. 

 

En 1946 Josué de Castro, autor del famoso libro “Geografía del hambre”[25] sentó una base histórica sobre el tema de la reforma agraria al demostrar las relaciones estructurales entre el tema de la concentración de la tierra y el hambre. Pero debemos recordar que cuando de Castro hablaba del Hombre Caranguejo y de la necesidad de la reforma agraria su perspectiva era amplia, lo que hoy en día llamaríamos sistémica. Se trataba de una visión que en la actualidad podemos traducir con otras palabras:

 

Una reforma agraria se hace porque los mecanismos “normales” no producen o no son suficientes para lograr ciudadanía y progreso.

 

Es decir, debemos pasar a una visión proactiva. En Paraguay desde hace tiempo se halla un problema de ciudadanía y un problema de progreso, social, económico y ambiental. En primer lugar, es necesario reconocer que estos problemas existen realmente. Y una vez que se hayan reconocido podemos discutir qué tipo de RA sería oportuna sin olvidar nunca que es una intervención complicada, que trasciende los límites tradicionales de las políticas sectoriales y aspira a una dimensión superior a la del ser humano, a una dimensión filosófica, ética y, decía Al Gore al final de su película “Una verdad incomoda”, es un asunto MORAL.

 

Cuando pasamos del escenario mundial al nacional, no podemos dejar de recordar lo que varios analistas sostienen desde hace tiempo: “el proceso agrario paraguayo ha pasado por etapas en las que los problemas o desafíos más importantes estuvieron –y continúan estando- directamente relacionados con las consecuencias de los modos de apropiación y el uso de la tierra […] De esto se deduce que la consolidación de la democracia en el Paraguay debe pasar necesariamente por la democratización de la tierra y de la sociedad  rural”[26].

 

No les digo nada nuevo si les recuerdo que la crisis económica de los años 80 estuvo acompañada por una crisis agraria debida a  la “sostenida caída de precios del algodón y la soja, y un virtual cierre de los programas de colonización que conllevó a ocupaciones de tierras y conflictos sobre su tenencia, concentrada en manos de grandes capitales”[27]. Y esto ocurría en una situación, a todos conocida, en la que las instituciones estatales carecían credibilidad y se caracterizaban por una amplia corrupción

 

El comienzo de la transición democrática de 1989 dio pie a una agudización de las esperanzas por parte de los campesinos más pobres (recordamos la proclamación del 2 y 3 de febrero, que hacía referencia a la recuperación de la dignidad de todos los paraguayos) y es en este periodo cuando se asistió a un gran desarrollo de las organizaciones campesinas. Los conflictos en el campo, por ende, aumentaron inmediatamente[28].

 

Sin embargo, como recuerda el autor, “la ilusión y la gran expectativa generadas en torno al nuevo sistema político instaurado, sin embargo, se desvanecieron al poco tiempo”[29].

 

Ahora bien, las elecciones del año pasado vuelven a dar al tema agrario una importancia clave, y vuelven las expectativas. Es en este contexto que, por petición de su Excelencia el Sr. Presidente de la Republica, realicé una misión aquí el año pasado, para dar seguimiento a una serie de conversaciones que habían tenido inicio durante una video conferencia donde participaron varios representantes de los sectores claves del agro presentes aquí hoy.

 

¿Se acuerdan de lo que les dije  cuando me presenté? Yo no tengo una barita mágica con la solución. El problema es hoy en día mucho más complicado de lo que lo era allá por los 60. Y además pienso que deben ser las fuerzas nacionales y locales quienes forjen su propio destino. Eso sí,  me parece fundamental establecer el diálogo como punto de entrada. Escuchar lo que los demás tienen que decir, discutir los diferentes puntos de vista para averiguar si existe una posible negociación de unos temas que, me consta, son muy delicados.

 

La impresión que me llevé fue que existen puntos comunes a partir de los cuales abrir una mesa de diálogo y negociación. Hay una fuerte conciencia de que el tema del acceso a la tierra es un problema grave que merece nuestra atención. Sin embargo se piensa que el acceso a la tierra debe tratarse conjuntamente con qué y cómo producir; el acceso a los mercados, sean nacionales, regionales no internacionales, no puede ser considerado como un tema aparte.  Existen cuestiones ambientales y de salud de gran peso que necesitan definiciones, acuerdos y acciones concretas si queremos dar un tratamiento adecuado. A los ojos de todos resulta necesario aclarar la situación de la tenencia de la tierra, para dar seguridad a los legítimos propietarios. Es importante trabajar para que la institucionalidad pública recupere la legitimidad perdida en las décadas pasadas. En todos los ámbitos se hace un llamamiento para que el Estado resurja con caras limpias, profesionales, donde sea posible instaurar la confianza en particular en el tema agrario.

 

Antes que nada, quisiera que tuviésemos en cuenta un concepto que me parece clave: la identidad cultural. Paraguay tiene una población heterogénea: 19 pueblos indígenas, mestizos y criollos europeos, en su mayor parte de ascendencia española, con una pequeña parte de inmigrantes portugueses, italianos y menonitas. La cuestión de la identidad afecta a todos los paraguayos, pero es más agudo en el caso de los pueblos indígenas y por eso pienso que se debería partir de allí para la reconstrucción del país. Este tema está además surgiendo con fuerza en toda América latina, y no será posible ignorarlo[30].

 

Es un camino largo puesto que detrás de los seres humanos hay intereses que llegan a ser muy  poderosos a veces. Sin embargo si no se vuelven a establecer las bases para un Pacto Social no hay manera de resolver los problemas agrarios. Por eso hablamos de un Pacto Social-Territorial: no para escapar de la discusión sobre la RA, que en un país como Paraguay es claramente necesaria, sino para poner en claro cuál es el marco del problema. 

 

No es suficiente transferir la tierra de un sector que tiene mucha a uno que no la tiene. Esto lo sabemos todos. Es necesaria una política afirmativa del Estado que además tenga una visión, hombres capaces de llevarla adelante, se necesitan recursos, financieros y humanos y de mecanismos, que permitan mejorar su inserción en los mercados nacionales, regionales e internacionales. 

 

Tuve la sensación de que los distintos sectores entendían la gravedad de la situación y la necesidad de hacer un esfuerzo. Si bien es cierto que existen enemistades, a veces profundas, también encontré respecto. Y sentí un llamamiento contundente para que la cooperación internacional no abandone este país, para que ayude a los sectores más débiles a organizarse para sentarse a negociar.

 

La situación mundial ha empeorado mucho desde mi última visita en julio del año pasado. No hay sector que no se haya visto afectado y es de imaginar que esto haya provocado más inquietud. 

 

Me gustaría terminar recordando el llamamiento de un compatriota mío, Arnaldo Bagnasco, que ha escrito recientemente sobre la necesidad de “hacer comunidad[31]. A mi juicio, es necesario aprovechar la coyuntura de la crisis mundial para que todos demos un paso hacia atrás; para que volvamos a hablarnos, a construir una sociedad, la ciudadanía. Hablar, no por el gusto de hablar: sino para empezar a conocernos, a entender las lógicas, de cada grupo, yendo más allá de los individuos, en definitiva, para hacer un esfuerzo con el fin de pensar en términos de Sistema país. Hablar entendido como antesala de negociar. Y negociar como antesala, si el mecanismo funciona, de concertar acciones, políticas y programas. 

 

Un querido amigo colombiano, gran conocedor de los problemas agrarios de su país, tituló así un libro suyo sobre esta temática:

Para sembrar la paz hay que aflojar la tierra[32]

 

Con estas lindas palabras termino. 

Muchas gracias.



[1] Tito Boeri en La Repubblica, 13 de Marzo de 2009. 

[2] FAO. DEFENDIENDO AL CAMPESINADO EN UN CONTEXTO DE GLOBALIZACIÓN. Roma 2001.

 

[3] Marcel Mazoyer, Laurence Roudart. Histoire des agricultures du monde. Seuil, Paris, 1997, p. 446

[4] Mazoyer, op. cit. p. 451

[5] FAO. Informe del Cuadro de Expertos Eminentes sobre la Ética en la alimentación y la agricultura (http://www.fao.org/docrep/003/x9600s/x9600s00.htm). Roma 2001: “El poder económico se está concentrando cada vez más: las 200 mayores empresas transnacionales del mundo representan ahora una cuarta parte de la actividad económica mundial. El poder económico va acompañado del control sobre el desarrollo tecnológico y la investigación, y del acceso a los mismos. Cada vez más, la investigación tiene en cuenta los intereses económicos más que el bien social, y los resultados conseguidos son muchas veces de carácter exclusivo debido a las excesivas reivindicaciones de propiedad intelectual. El sector público debe recibir más financiamiento con el fin de garantizar una amplia cobertura de una investigación agrícola abierta y generalmente accesible. Además, la investigación no debe concentrarse exclusivamente en los temas que pueden generar beneficios económicos. En las investigaciones agrícolas deben abordarse también las cuestiones sociales. La investigación y el desarrollo deberían orientarse más hacia la producción y distribución de alimentos en los países en desarrollo, y los beneficios generados deberían compartirse con los agricultores pobres de esos países”.

 

[6] Eric Hobsbawn. Il Secolo breve. Rizzoli, Milano 1999.

[7] Manlio Rossi-Doria. Riforma agraria e azione meridionalista. L’ancora. Napoli. 2003

[8] Corrado Barberis in Insor: La riforma fondiaria: trent’anni dopo. Franco Angeli/Insor Milano 1979

[9] Bagnasco, op. cit. p. 57: el autor define este como un “proceso de regulación política de la economía”.

[10] Hans Georg Lehmann. Il dibattito sulla questione agraria nella socialdemocrazia tedesca e internazionale. Feltrinelli, Milano, 1977

[11] Jean Le Coz. Las reformas agrarias. Editorial Ariel, Barcelona, 1976. p. 137

[12] Jean le Coz, op. cit. p. 139

[13] FAO, La réforme agraire japonaise, Roma, 1966

[14] Jean le Coz, op. cit. pp 183-184

[15] Michael Gutelman, citado en Jean le Coz, op. cit. p. 174

[16] FAO-PNUD. Principais indicadores socioeconomicos dos assentamentos de reforma agraria. 1992

[17] Reforma agrária – produção, emprego e renda. O relatório da FAO em debate. Vozes, Rio de Janeiro, Brasil. 1994

[18] Guillermo Rochabrun, En: Reforma agraria y desarrollo rural en la región andina. Fernando Eguren Editor. CEPES, Lima, 2006

[19] Jacques Chonchol. Sistemas Agrarios en América Latina. Fondo de Cultura Económica, Santiago, Chile 1994 p. 340

[20] La División de estadística de FAO nos brinda estos datos (Index de Gini) para algunos de los países del sur: Argentina 0.83; Brasil 0.85; Colombia 0.79; Paraguay 0.93; Perú 0.86.

[22] http://www.brettonwoodsproject.org/art-16267

[23] Courrier Internacional n.953 del 5 al 14 de febrero de 2009

[24] www.icarrd.org

[25] Josué de Castro, Geográfica da Fome,  Empresa Gráfica o Cruzeiro, 1946. Río de Janeiro, Brasil. 

[26] Luis Galeano, (comp.) 1990 Procesos agrarios y democracia en Paraguay y América Latina (Asunción: CPES).

[27] Red Rural 1993 “Participación y organización campesina” en Serie Red Rural (Asunción: Ediciones RR) N° 4. 

[28] Quintín N. Riquelme, Los sin tierra en Paraguay. Conflictos agrarios y movimiento campesino, FLACSO, Buenos Aires, Argentina. 2003

[29] Riquelme, op. cit.

[30] Bengoa, José: La emergencia indígena en América LatinaSantiago/México: Fondo de Cultura Económica, 2000.

[31] Arnaldo Bagnasco: Tracce di Comunitá. Il Mulino, Bologna, Italia. 1999

[32] Darío Fajardo, Para sembrar la paz hay que aflojar la tierra. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia, 2002.

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