Hace unos pocos días se
ha firmado un cese el fuego bilateral y definitivo entre el gobierno del Presidente Santos
y las FARC (http://elpais.com/tag/proceso_paz_colombia/a), en presencia de un grupo de Excelencias
que debían estar allí para testimoniar que también en Colombia algo se mueve.
Estar en la foto era igualmente importante, aun cuando nadie sepa de verdad lo
que pasará en la práctica con estos acuerdos de paz (fecha prevista para la
firma del acuerdo de paz es el próximo 20 de julio). Y esto por varias razones,
empezando por la falta de los detalles prácticos, pasando por el aún abierto
conflicto con el ELN, para no hablar de los interminables e (¿) inderrotables
(¿) para-narcos que, según dicen conocidos periodistas colombianos, (http://www.semana.com/opinion/articulo/antonio-caballero-cese-al-fuego-que-falta-para-la-paz/479155) todavía ocupan gran parte del país
rural.
El camino (o la
apuesta, podríamos decir) institucional decidido por el presidente Santos se
parece un poco a las aventuras europeas de estos meses: el Brexit por un lado y
el referendo constitucional en Italia en el próximo otoño. En el primer caso
(del Brexit), la hipótesis de Cameron fue totalmente derrotada en las urnas, y en
el segundo caso (el de Italia), la hipótesis deseo del Primer Ministro que sus
propuestas de reformas constitucionales (acompañada por una nueva Ley electoral)
sean fácilmente aprobadas por los votantes, así dándole un poder político mucho
más fuerte de los demás actores, parece cada día más frágil y el riesgo de
perder la votación y así deber salir del escenario político, tal como lo
prometió el Premier Renzi, cada día más posible. El Presidente Santos ha
decidido ir por un plebiscito en el cual los colombianos y colombianas deberían
votar sobre unos acuerdos de paz cuyos detalles serán conocidos oficialmente
solo un mes antes de la votación (http://www.semana.com/opinion/articulo/maria-jimena-duzan-plebiscito-por-la-paz-que-pasa-si-se-pierde/480167). Considerando el nivel educacional, y el
bombardeo de los sectores más extremistas en contra de estos acuerdos, no es
ciencia ficción considerar que el Presidente podría perder el voto, y allí
nadie sabe lo que pasará. .
Sin embargo, mis
preocupaciones van más allá de eso. El resultado más evidente de estas tantas
décadas de conflicto ha sido, a la par de las decenas de miles de muertos, un
número difícil de calcular pero que se estima en más de cinco millones, de
desplazados internos (muchos de ellos hacia las grandes ciudades, otros hacia
varios lugares distintos, incluyendo los países vecinos tipo Ecuador donde se
fueron a trabajar en el campo de forma muy precaria). Los escenarios futuros se
dividen entre los que piensan que estas familias volverán al campo, y que para
eso haya que preparar condiciones de vida digna, y los que se preguntan si
realmente ellos se irán, después de haber sobrevivido durante todo esos años en
las periferias degradadas de las ciudades.
Personalmente
pienso que no habrá un retorno masivo, y esto por varias razones: una de ellas
es la aún débil institucionalidad pública que levanta muchas cuestiones sobre
la democraticidad de las relaciones sociales en las zonas de retorno. No
olvidemos que los acuerdos de paz son sólo con las FARC y no con todos los
insurgentes (el ELN sigue en armas y hay quien opina que su estrategia podría
ser de ir ocupando las zonas dejadas por las FARC a raíz del acuerdo para
continuar los mismos tráficos ilícitos), ni se puede decir que los
paramilitares y narcos hayan realmente dejado de existir. Pensar que sea el ejército el garante de la
institucionalidad me parece muy frágil. Como lo cuenta la abogada Claudia Erazo,
de la Corporación Jurídica Yara Castro, en su entrevista sobre cómo va el
programa de restitución de tierras, las amenazas por parte del auto llamado
Ejercito Anti-Restitución (detrás del cual está los grandes intereses económicos
del país) siguen, así como la ausencia de garantías.
Además, no hay
una visión sistémica de lo que signifique volver a insertarse de vuelta en
territorios abandonados (por la fuerza) muchos años antes y en donde hoy en día
pueden estar viviendo otras familias, que a su vez se han escapado de otros
lugares aún más peligrosos. Esto es lo que está ocurriendo en la zona de Santa
Marta, como me lo contó una vieja amiga y luchadora del tema tierra de los
últimos treinta años: hubo familias que querían volver, dentro del programa de
restitución de tierra del gobierno; sin embargo sus tierras habían sido
ocupadas (o compradas) por otras familias que habían huido de zonas más
peligrosas. Resultado: un aumento de los conflictos, con las instituciones del
Estado sin capacidad de controlar un espacio que, tampoco debemos olvidar, es
inmenso y de difícil tránsito en muchas partes.
Hace unos años le
envíe una nota al entonces ministro de tierra, contando con su asesor más
cercano con quien nos conocíamos desde mis primeras misiones a Colombia, cuando
desarrollamos una propuesta de abordaje sobre el tema tierra basada en palabras
de orden como: diálogo, negociación y concertación. La propuesta era muy
sencilla, y preveía ir reconstruyendo tejido social en los territorios,
empezando por zonas menos problemáticas, solicitando un acompañamiento de las Naciones
Unidas para alentar lazos de territorialidad no limitados solamente a la dimensión
productiva. Facilitar una reinserción social negociada y concertada, para no
olvidar que no todos los actores débiles se fueron, y que algunos se quedaron y
que hoy en día podrían estar preocupados con la llegada de los “retornados”,
familias que decidieron irse décadas atrás, y que de repente nadie más conoce
en la zona, lo que despierta rencores, miedo y percepciones negativas.
El punto no es darle
solo unas hectáreas, una casita, una vaquita y un poco de semillas a los
retornados; esta no es una nueva colonización, sino un retorno en zona de
pos-guerra todavía no pacificada. La experiencia nos enseña que sin un dialogo
largo y detenido con los que siguen viviendo allí, incluyendo también familias
de esos grupos de pobres locales, no habrá un retorno a la paz. Habrá un
retorno parcial que, a la primera oportunidad, pasará a ser conflictivo una vez
más.
Mi opinión es que
la mayoría de las familias se quedarán en donde están, aún sea poco lo que
tengan, para no perder ese poco, construido a lo largo de tantos esfuerzos. A
lo mejor, dependiendo de las condiciones del “retorno”, enviarán unos de los
miembros de la familia, para ver lo que pasa allá… ver si hay condiciones para
que alguien del núcleo familiar pueda instalarse o, por lo menos, hacer
fructificar lo que el gobierno promete, o sea eventualmente vendiendo lo poco
de tierra que podrían recibir para usar esta plata en las periferias donde
viven. Y es allí donde la cuestión del empleo vuelve a ser crítica. Que se
trate de empleo en las zonas rurales, o empleo urbano, las necesidades
numéricas serían muy grandes para pacificar realmente el país. Sin embargo,
este no ha sido un conflicto donde se han destruidos ciudades enteras que
necesiten ser reconstruidas, así que la fuerza motriz del sector de la
construcción, que siempre ha servido en las posguerras como elemento clave para
darle trabajo a la gente, no podrá jugar un papel importante. Peor aún, estamos
en plena transformación del sector agro-industrial para mejorar su eficiencia
económica para exportar, y esto significa una tendencia de aumento del capital
y reducción de la mano de obra. Donde se podría crear trabajo seria el sector
agrícola familiar, pero allí nos enfrentamos con unas décadas de salidas
forzadas, causa el conflicto, y con las nuevas generaciones que, creo yo,
tienen poca gana de volver a trabajar la tierra (por lo menos en números
expresivos a nivel nacional).
Es por eso que,
durante mi última visita al país, y gracias a otro viejo amigo, me encontré con
representantes del sector industrial, tanto agrícola como no agrícola, para
escuchar sus análisis de la situación, y su propio compromiso hacia la Colombia
del pos-conflicto. Me quedé positivamente sorprendido de la lucidez de su
análisis sobre la irreversibilidad del proceso de paz y de la necesidad que
ellos también tenían de ayudar la reinserción a partir de la creación de
puestos de trabajos en las distintas ramas de sus organizaciones. Esto me hizo
pensar, una vez más, que confiar en las personas no es una mala idea.
Obviamente sus posiciones eran abiertas para sentarse a dialogar con el
gobierno y demás actores, a cambio de obtener algún beneficio también para
ellos, lo que es normal en un proceso de negociación.
El único actor
clave con quien no tuve oportunidad de encontrarme, pero con el cual tengo
algún contacto epistolar, es con la Iglesia Católica. No creo que haya dudas
sobre el empujón detrás de las ventanas que ha venido desde Roma para que las
partes llegaran a un acuerdo. Creo también que la agenda del Vaticano,
concretizada en la Laudato Sí, sea
algo de muy progresista y que podría juntar muchas personas, más allá de un
credo religioso específico. Las capacidades de las parroquias, y no solo de las
ONG de base, podrían ser un elemento clave, si son bien valoradas, para que el
proceso de paz realmente funcione.
Concluyendo, lo
que viene adelante me parece un reto súper complicado. Me parece que hay una
dosis de poca preparación t en todos los actores. De repente los únicos que
realmente tienen claro, números a la mano, la cantidad de personas que podrán
ser ayudadas en la reinserción, es el sector privado. Entre los actores
externos, agencias de naciones unidas, donantes, ONG internacionales, creo que
el camino sea todavía bastante largo para pasar de la típica competición a una
verdadera colaboración. Sin embargo, también creo que siendo tan grande el
desafío, sea posible que se convierta en una oportunidad que despierte lo mejor
en todos nosotros. No es ni siquiera pensar cual podría ser el impacto de un
acuerdo de paz que sea rechazado en el plebiscito y/o que no funcione en la
práctica. Ninguno de los grandes actores tiene interés en volver a un pasado de
tanta violencia. Los escenarios futuros son distintos para cada uno de ellos:
lo que nosotros esperamos en términos de democratización del país, de apoyo
decidido a los sectores marginalizados y en particular al sector de la
agricultura familiar, no es necesariamente lo mismo que le puede interesar a
otros. Todavía habrá mucha pelea, y debemos prepararnos para sumar fuerzas y
coraje. Por mi parte confirmo mi disponibilidad para ayudar en lo que sea
posible y a partir del fin del año 2017 estaré libre de prestar mis servicios a
esta causa.
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