Visualizzazioni totali

giovedì 7 luglio 2016

Paz en Colombia




Hace unos pocos días se ha firmado un cese el fuego bilateral y definitivo entre el gobierno del Presidente  Santos y las FARC (http://elpais.com/tag/proceso_paz_colombia/a), en presencia de un grupo de Excelencias que debían estar allí para testimoniar que también en Colombia algo se mueve. 

Estar en la foto era igualmente importante, aun cuando nadie sepa de verdad lo que pasará en la práctica con estos acuerdos de paz (fecha prevista para la firma del acuerdo de paz es el próximo 20 de julio). Y esto por varias razones, empezando por la falta de los detalles prácticos, pasando por el aún abierto conflicto con el ELN, para no hablar de los interminables e (¿) inderrotables (¿) para-narcos que, según dicen conocidos periodistas colombianos, (http://www.semana.com/opinion/articulo/antonio-caballero-cese-al-fuego-que-falta-para-la-paz/479155) todavía ocupan gran parte del país rural.

El camino (o la apuesta, podríamos decir) institucional decidido por el presidente Santos se parece un poco a las aventuras europeas de estos meses: el Brexit por un lado y el referendo constitucional en Italia en el próximo otoño. En el primer caso (del Brexit), la hipótesis de Cameron fue totalmente derrotada en las urnas, y en el segundo caso (el de Italia), la hipótesis deseo del Primer Ministro que sus propuestas de reformas constitucionales (acompañada por una nueva Ley electoral) sean fácilmente aprobadas por los votantes, así dándole un poder político mucho más fuerte de los demás actores, parece cada día más frágil y el riesgo de perder la votación y así deber salir del escenario político, tal como lo prometió el Premier Renzi, cada día más posible. El Presidente Santos ha decidido ir por un plebiscito en el cual los colombianos y colombianas deberían votar sobre unos acuerdos de paz cuyos detalles serán conocidos oficialmente solo un mes antes de la votación (http://www.semana.com/opinion/articulo/maria-jimena-duzan-plebiscito-por-la-paz-que-pasa-si-se-pierde/480167). Considerando el nivel educacional, y el bombardeo de los sectores más extremistas en contra de estos acuerdos, no es ciencia ficción considerar que el Presidente podría perder el voto, y allí nadie sabe lo que pasará. .

Sin embargo, mis preocupaciones van más allá de eso. El resultado más evidente de estas tantas décadas de conflicto ha sido, a la par de las decenas de miles de muertos, un número difícil de calcular pero que se estima en más de cinco millones, de desplazados internos (muchos de ellos hacia las grandes ciudades, otros hacia varios lugares distintos, incluyendo los países vecinos tipo Ecuador donde se fueron a trabajar en el campo de forma muy precaria). Los escenarios futuros se dividen entre los que piensan que estas familias volverán al campo, y que para eso haya que preparar condiciones de vida digna, y los que se preguntan si realmente ellos se irán, después de haber sobrevivido durante todo esos años en las periferias degradadas de las ciudades.

Personalmente pienso que no habrá un retorno masivo, y esto por varias razones: una de ellas es la aún débil institucionalidad pública que levanta muchas cuestiones sobre la democraticidad de las relaciones sociales en las zonas de retorno. No olvidemos que los acuerdos de paz son sólo con las FARC y no con todos los insurgentes (el ELN sigue en armas y hay quien opina que su estrategia podría ser de ir ocupando las zonas dejadas por las FARC a raíz del acuerdo para continuar los mismos tráficos ilícitos), ni se puede decir que los paramilitares y narcos hayan realmente dejado de existir.  Pensar que sea el ejército el garante de la institucionalidad me parece muy frágil. Como lo cuenta la abogada Claudia Erazo, de la Corporación Jurídica Yara Castro, en su entrevista sobre cómo va el programa de restitución de tierras, las amenazas por parte del auto llamado Ejercito Anti-Restitución (detrás del cual está los grandes intereses económicos del país) siguen, así como la ausencia de garantías.

Además, no hay una visión sistémica de lo que signifique volver a insertarse de vuelta en territorios abandonados (por la fuerza) muchos años antes y en donde hoy en día pueden estar viviendo otras familias, que a su vez se han escapado de otros lugares aún más peligrosos. Esto es lo que está ocurriendo en la zona de Santa Marta, como me lo contó una vieja amiga y luchadora del tema tierra de los últimos treinta años: hubo familias que querían volver, dentro del programa de restitución de tierra del gobierno; sin embargo sus tierras habían sido ocupadas (o compradas) por otras familias que habían huido de zonas más peligrosas. Resultado: un aumento de los conflictos, con las instituciones del Estado sin capacidad de controlar un espacio que, tampoco debemos olvidar, es inmenso y de difícil tránsito en muchas partes.

Hace unos años le envíe una nota al entonces ministro de tierra, contando con su asesor más cercano con quien nos conocíamos desde mis primeras misiones a Colombia, cuando desarrollamos una propuesta de abordaje sobre el tema tierra basada en palabras de orden como: diálogo, negociación y concertación. La propuesta era muy sencilla, y preveía ir reconstruyendo tejido social en los territorios, empezando por zonas menos problemáticas, solicitando un acompañamiento de las Naciones Unidas para alentar lazos de territorialidad no limitados solamente a la dimensión productiva. Facilitar una reinserción social negociada y concertada, para no olvidar que no todos los actores débiles se fueron, y que algunos se quedaron y que hoy en día podrían estar preocupados con la llegada de los “retornados”, familias que decidieron irse décadas atrás, y que de repente nadie más conoce en la zona, lo que despierta rencores, miedo y percepciones negativas.

El punto no es darle solo unas hectáreas, una casita, una vaquita y un poco de semillas a los retornados; esta no es una nueva colonización, sino un retorno en zona de pos-guerra todavía no pacificada. La experiencia nos enseña que sin un dialogo largo y detenido con los que siguen viviendo allí, incluyendo también familias de esos grupos de pobres locales, no habrá un retorno a la paz. Habrá un retorno parcial que, a la primera oportunidad, pasará a ser conflictivo una vez más.

Mi opinión es que la mayoría de las familias se quedarán en donde están, aún sea poco lo que tengan, para no perder ese poco, construido a lo largo de tantos esfuerzos. A lo mejor, dependiendo de las condiciones del “retorno”, enviarán unos de los miembros de la familia, para ver lo que pasa allá… ver si hay condiciones para que alguien del núcleo familiar pueda instalarse o, por lo menos, hacer fructificar lo que el gobierno promete, o sea eventualmente vendiendo lo poco de tierra que podrían recibir para usar esta plata en las periferias donde viven. Y es allí donde la cuestión del empleo vuelve a ser crítica. Que se trate de empleo en las zonas rurales, o empleo urbano, las necesidades numéricas serían muy grandes para pacificar realmente el país. Sin embargo, este no ha sido un conflicto donde se han destruidos ciudades enteras que necesiten ser reconstruidas, así que la fuerza motriz del sector de la construcción, que siempre ha servido en las posguerras como elemento clave para darle trabajo a la gente, no podrá jugar un papel importante. Peor aún, estamos en plena transformación del sector agro-industrial para mejorar su eficiencia económica para exportar, y esto significa una tendencia de aumento del capital y reducción de la mano de obra. Donde se podría crear trabajo seria el sector agrícola familiar, pero allí nos enfrentamos con unas décadas de salidas forzadas, causa el conflicto, y con las nuevas generaciones que, creo yo, tienen poca gana de volver a trabajar la tierra (por lo menos en números expresivos a nivel nacional).

Es por eso que, durante mi última visita al país, y gracias a otro viejo amigo, me encontré con representantes del sector industrial, tanto agrícola como no agrícola, para escuchar sus análisis de la situación, y su propio compromiso hacia la Colombia del pos-conflicto. Me quedé positivamente sorprendido de la lucidez de su análisis sobre la irreversibilidad del proceso de paz y de la necesidad que ellos también tenían de ayudar la reinserción a partir de la creación de puestos de trabajos en las distintas ramas de sus organizaciones. Esto me hizo pensar, una vez más, que confiar en las personas no es una mala idea. Obviamente sus posiciones eran abiertas para sentarse a dialogar con el gobierno y demás actores, a cambio de obtener algún beneficio también para ellos, lo que es normal en un proceso de negociación.

El único actor clave con quien no tuve oportunidad de encontrarme, pero con el cual tengo algún contacto epistolar, es con la Iglesia Católica. No creo que haya dudas sobre el empujón detrás de las ventanas que ha venido desde Roma para que las partes llegaran a un acuerdo. Creo también que la agenda del Vaticano, concretizada en la Laudato Sí, sea algo de muy progresista y que podría juntar muchas personas, más allá de un credo religioso específico. Las capacidades de las parroquias, y no solo de las ONG de base, podrían ser un elemento clave, si son bien valoradas, para que el proceso de paz realmente funcione.

Concluyendo, lo que viene adelante me parece un reto súper complicado. Me parece que hay una dosis de poca preparación t en todos los actores. De repente los únicos que realmente tienen claro, números a la mano, la cantidad de personas que podrán ser ayudadas en la reinserción, es el sector privado. Entre los actores externos, agencias de naciones unidas, donantes, ONG internacionales, creo que el camino sea todavía bastante largo para pasar de la típica competición a una verdadera colaboración. Sin embargo, también creo que siendo tan grande el desafío, sea posible que se convierta en una oportunidad que despierte lo mejor en todos nosotros. No es ni siquiera pensar cual podría ser el impacto de un acuerdo de paz que sea rechazado en el plebiscito y/o que no funcione en la práctica. Ninguno de los grandes actores tiene interés en volver a un pasado de tanta violencia. Los escenarios futuros son distintos para cada uno de ellos: lo que nosotros esperamos en términos de democratización del país, de apoyo decidido a los sectores marginalizados y en particular al sector de la agricultura familiar, no es necesariamente lo mismo que le puede interesar a otros. Todavía habrá mucha pelea, y debemos prepararnos para sumar fuerzas y coraje. Por mi parte confirmo mi disponibilidad para ayudar en lo que sea posible y a partir del fin del año 2017 estaré libre de prestar mis servicios a esta causa.




Nessun commento:

Posta un commento