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domenica 28 marzo 2021

El largo pero necesario camino hacia una visión feminista del "desarrollo agrario".


Prólogo: no existe una definición ni unos límites aceptados globalmente por las distintas tendencias en las que se divide el movimiento feminista internacional. En este post seguiré la línea trazada por la enciclopedia Treccani que se centra en la reivindicación de los derechos económicos, civiles y políticos de las mujeres; en un sentido más general, el conjunto de teorías que critican la condición tradicional de las mujeres y proponen nuevas relaciones entre los géneros en la esfera privada y una posición social diferente en la pública.

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Para alguien como yo, que lleva más de 35 años dedicado al "desarrollo agrario", la aparición de esta sensibilidad es algo que me ha acompañado a lo largo de mis años de trabajo. El punto de partida fue bastante aleatorio, al igual que mi acercamiento al tema (que se remonta a mi primer viaje a la Nicaragua sandinista en 1983). A partir de ahí, un compromiso local con un pequeño grupo organizado por el sindicato CISL de Vicenza y luego, una vez terminados mis estudios en la Facultad de Agricultura de Padua y el trabajo paralelo en Coldiretti en Vicenza (donde por primera vez oí hablar de iniciativas dirigidas al mundo femenino de la agricultura, en ese caso, las esposas y madres de los jefes de familia de los agricultores), fui a hacer un Diploma de Agronomía Profundizada (el equivalente a un Máster) en París (INAP-G), al que siguió, paralelamente, un trabajo de 3 años en el Centro de Desarrollo de la OCDE y un doctorado, también en el INAP-G, bajo la dirección de Marcel Mazoyer, mi profesor, amigo y mentor de por vida.

Fue gracias a una compañera socióloga originaria del Caribe británico, Winnie Weeks-Vagliani, a la que conocí en el Centro, que oí hablar por primera vez del tema "Las mujeres en el desarrollo". Era el final de 1986 y hasta ese momento, ya sea en Italia, Nicaragua o Francia, tanto el tema de la agricultura como el del "desarrollo" eran decididamente masculinos.

El momento cumbre, cuando me di cuenta de que algo no iba bien en el mundo de los "progresistas" que se ocupaban del desarrollo agrícola, fue cuando fui a asistir a un seminario, organizado en Montpellier, sobre el tema de la agricultura campesina en África. Estaba allí para contactar con un profesor local y proponerle que participara en mi juri de tesis, y como uno de mis profesores de París, Marc Dufumier, estaba entre los ponentes, decidí pararme a escuchar. Tras su exposición, siempre muy llena de energía, presentando los esfuerzos cotidianos que hacían los campesinos para sobrevivir, consciente de las discusiones y lecturas iniciales que me sugirió Winnie, pedí la palabra para proponerle a Marc que completara la frase recordando cómo ¡el grueso del trabajo agrícola para la subsistencia lo hacían las mujeres campesinas!

Era algo básico, que hoy en día sería tan obvio que no haría falta decirlo, pero eran otros tiempos. La respuesta de Marc fue, como mínimo, cruel. En lugar de dirigirse a mí, se dirigió al público y dijo: "¿Saben por qué Paolo me pregunta esto? Debes saber que es italiano, y por lo tanto las mujeres...". Obviamente me sentí muy mal por ello. Lo sentí por el pobre Marc, con quien no tuve más contacto. A partir de ese día, empecé a pensar en todo lo que había aprendido con ellos en París, y me di cuenta de que realmente no veían la otra mitad del cielo. Las mujeres eran irrelevantes en el gran tema de la agricultura comparada y el desarrollo rural, como se llamaba su cátedra.

 

Poco después me incorporé a la FAO (oficina regional en Chile) y poco a poco me di cuenta de que la falta de interés por el tema de la mujer/género no era una peculiaridad de los franceses (o de mis anteriores profesores italianos). A nadie le interesaba descubrir ese mundo: la FAO estaba compuesta por técnicos con mucha experiencia en sus áreas específicas de trabajo, pero ninguno de ellos veía a los actores y actrices que había detrás. Una colega, próxima a la jubilación, bajo el que me pusieron como tutela (como "experto asociado") durante los primeros meses, se encargaba de la economía del hogar (economìa del hogar), ya que ese era el lugar de las mujeres.

Me costó años encontrar estímulos, gente con la que hablar y la capacidad, que llegó lentamente, de replantear bajo una nueva luz las cosas hechas anteriormente. Fueron años intensos de trabajo, de muchos proyectos por todo el mundo, de mucha lectura, pero este tema siempre permaneció periférico. Incluso en la FAO de Roma tuve la impresión de que la cuestión de la "mujer/género" se consideraba una guinda para poner en el pastel, no un ingrediente fundamental. Todos los proyectos debían incluir un subcapítulo sobre el tema: la traducción concreta era el número de mujeres que asistían a las reuniones y algunas fotos finales. El documento del proyecto era entonces validado por algún funcionario, aún menos interesado que el redactor.

Fue en la década de 2000 cuando, junto con los colegas del proyecto "Terra", intentamos por primera vez explorar la cuestión en Mozambique. La cuestión central inicial era la defensa de los derechos consuetudinarios de las comunidades locales, lo que implicaba un esfuerzo metodológico para identificar y delimitar los territorios que reclamaban, con el fin de tener una base cartográfica en la que basar las demandas políticas y legislativas.

La observación de que hombres y mujeres utilizaban diferentes partes del territorio comunal, nos llevó a proponer trabajar con grupos específicos y separados para proceder a la identificación de estas porciones de territorio, su significado y su uso. Era bastante evidente que era necesario crear grupos de mujeres solas para permitirles expresarse, ya que en presencia de los maridos, hermanos u otros miembros varón de la familia, no se habrían atrevido. La experiencia fue muy concluyente, hasta el punto de que el método se incluyó entonces en el reglamento de aplicación de la nueva ley de tierra que habíamos contribuido en gran medida a que se elaborara y aprobara.

Sin embargo, la utilidad no se limita a este primer paso, que es fundamental pero no suficiente. En los territorios comunitarios existía la misma lógica discriminatoria que regía en el conjunto de la sociedad mozambiqueña. Apoyándonos entonces en los principios escritos en la Constitución, que declaraban la igualdad de mujeres y hombres, y en la larga experiencia de trabajo con las comunidades locales y las organizaciones que las apoyaban, nos propusimos profundizar este tema (la igualdad de derechos) dentro de las comunidades donde habíamos trabajado y donde teníamos cierta credibilidad. El objetivo era sencillo y, al mismo tiempo, ambicioso. Hacer comprender a las autoridades "tradicionales" que, al igual que les habíamos ayudado a defender sus derechos a la tierra frente a un Estado depredador, había que hacer lo mismo en el seno de las comunidades para defender a los más débiles, es decir, a las mujeres, especialmente a las viudas alóctonas que, una vez perdidos sus maridos (muy a menudo a causa del sida), eran expulsadas para que la familia de su marido pudiera recuperar el control de la tierra.

Años de trabajo, porque las relaciones de fuerza estaban incrustadas en una dominación religiosa y cultural que no daba cabida a las mujeres fuera de la esfera privada. Conseguimos algo, y todavía hoy estamos orgullosos de ello. Esa experiencia, sin embargo, también nos sirvió para darnos cuenta de que la resistencia a vencer no era sólo la del frente conservador en el poder, que estaba acompañado por líderes religiosos (católicos, musulmanes, animistas...), sino que también estaba muy presente en el frente de los intelectuales "progresistas" y de muchas organizaciones campesinas de base.

El punto común era siempre el mismo, es decir, considerar el tema del desarrollo agrario desde un punto de vista técnico y agronómico, sin preocuparse demasiado por quién estaba detrás. Sólo algunos colegas de la escuela francófona trataron de impulsar esta dimensión (participativa, comunitaria o "terroir"), pero incluso en este caso la atención fue captada completamente por los actores masculinos.

Las razones, cuando lo pienso hoy, podrían deberse a que quienes se ocupaban de estos temas muy a menudo se graduaban y/o especializaban en universidades como la mía (Facultad de Agronomía), donde el plan de estudios, fruto de las visiones político-ideológicas de unas décadas antes, se basaba en la modernización tecnológica para aumentar la producción y la productividad. No creo que haya habido una voluntad real de negar el papel de la mujer, simplemente no se ha visto y, aunque así fuera, no se ha creído necesario comprender mejor la dinámica interna del poder antes de enviar los mismos mensajes. Así es como habían (habiamos) crecido en nuestras universidades, y eso es lo que nos pedían.

 

En mi caso, creo que fue una curiosidad innata, así como una interpretación personal de la famosa frase que Mazoyer solía repetir al principio de cada curso, a saber, que "hay que saber a qué se juega" cuando se decide ir a trabajar en el tema del desarrollo agrícola. Nadie nos espera, así que antes de entrar en casa de otra persona, debemos llamar a la puerta y pedir permiso. Este simple ejercicio se había traducido en el deseo de comprender quiénes vivían en esas casas a las que íbamos a llamar. Fortalecidos primero por las enseñanzas iniciales de Winnie, y por los contactos con algunos colegas de la FAO, comenzamos lentamente a explorar cómo el tema del género podía entrar en nuestras reflexiones sobre el tema de la tierra. 

 

En los últimos años, el movimiento feminista (o quizás sería más correcto hablar de movimientos en plural) ha avanzado y gracias a sus empujes han sido posibles ciertos logros incluso en países con fuerte dominación religiosa como el nuestro. Gracias a ellos, y al apoyo de algunos políticos de matriz socialista-libertaria, se aprobaron la ley del divorcio (1970), la reforma del derecho de familia (1975) y la legislación sobre el aborto. Pero si en algunos países la sociedad en su conjunto avanza hacia una mayor igualdad, en los sectores de la agricultura o del desarrollo lo máximo que se ha conseguido es este añadido a los proyectos que se formulan, sin ir más allá.

 

Incluso los nuevos actores que aparecieron en escena, como Vía Campesina, que apareció en 1993, no mostraron ningún interés en el tema, hasta el punto de que todos los coordinadores elegidos en la conferencia inicial eran hombres, y así fue durante varios años (todavía en 2007, como recuerda Desmarais, "en la mayoría de los países, las organizaciones campesinas están dominadas por hombres"). Luego, poco a poco, tuvieron que dar cabida a este tema debido a las presiones internas de las mujeres insatisfechas con la línea oficial. Así fue, se dieron algunos tímidos pasos, pero como recordaron recientemente Park et alii (2015), en lugar de revisar profundamente los supuestos de discriminación, nos alineamos en la línea de que los problemas de los campesinos y las campesinas son los mismos. De este modo, "el enfoque del discurso de la soberanía alimentaria en la convergencia de intereses de los grupos que viven de la tierra significa que las divisiones de clase y de otro tipo entre los pobres rurales siguen siendo ignoradas o minimizadas".

 

Por su parte, en el seno de la FAO, el tema de las mujeres en el desarrollo se ha ido transformando poco a poco en el de "género" (con la loable intención de hacer comprender a los colegas masculinos que la cuestión les concierne de cerca). Sin embargo, la resistencia cultural era, y ha seguido siendo, muy fuerte, por un lado debido a la formación técnica del personal de la FAO, formado en universidades como la mía, donde toda una serie de cuestiones clave para el desarrollo, como el género pero también las cuestiones histórico-comparativas, no se mencionaban en absoluto. El otro elemento fue la debilidad del personal de la división de género que, aparte de realizar algunos estudios de carácter normativo, no tenía propuestas concretas ni siquiera argumentos de peso para hacer cambiar de opinión a los responsables de los proyectos de tierras.

 

A pesar de estos impedimentos, dentro de la reflexión que había lanzado desde 2001 sobre el tema del desarrollo territorial, habíamos conseguido abrir un espacio específico para debatir la dimensión de género. Sin embargo, las publicaciones y las diversas presentaciones realizadas a los colegas en la sede o en las oficinas descentralizadas no consiguieron derribar el muro del desinterés por el tema.

 

Tengo que admitir que tampoco fue fácil para mí encontrar un camino adecuado, ya que no tenía a nadie en quien apoyarme ni siquiera fuera de casa. La prueba más clara la obtuve cuando organizamos la Conferencia Internacional sobre Reforma Agraria y Desarrollo Rural (CIRADR) en Brasil en 2006. Conseguí organizar una sesión paralela sobre el acceso a la tierra y las cuestiones de género, pero ningúna colega de la división responsable, empezando por la Directora, asistió a la Conferencia. En aquel momento, la experiencia en curso en Mozambique y la paralela en Angola, así como otros proyectos más pequeños en otros países africanos, nos reconfortaban en nuestra elección de centrarnos en la centralidad de los actores y no de las técnicas al hablar de desarrollo (ya sea agrario o, como lo llamamos, territorial). 

 

La lógica del grupo que había construido en torno al tema del desarrollo territorial nos llevó a considerar los "territorios" como productos históricos de las interacciones de las personas entre sí y con el medio ambiente circundante, en definitiva, espacios de negociación permanente entre los distintos actores (y actrices) que vivían o dependían en cierta medida de esos recursos. Centrar la atención en los actores significó darse cuenta de manera clara de los diferentes roles y el diferente poder que tenían, más allá de las obvias categorizaciones genéricas entre terratenientes y campesinos sin tierra. La caja de Pandora de la dinámica del poder (en las esferas pública y privada) estaba empezando a abrirse, y requería una atención seria y sostenida por parte de todas las divisiones técnicas de la FAO.

 

Pero había demasiadas novedades introducidas al mismo tiempo como para esperar una rápida digestión dentro de la FAO y la posterior promoción a un enfoque recomendado. Por un lado, se cuestionaba el papel del experto/a técnico/a (en la práctica la base conceptual de los colegas de la FAO), promoviendo una figura nueva y diferente, la del Facilitador/a de Diálogo y Negociación. Por otra parte, nuestro énfasis en las dinámicas de poder (y en la evidente necesidad de que la FAO se ponga del lado de los más débiles, para ayudarles a empoderarse y poder negociar sus intereses y derechos sobre una base más sólida) chocaba completamente con lo que nuestro jefe de servicio, anglosajon, perseguía junto con los mayores donantes occidentales (y, aunque parezca increíble, con la propia Vía Campesina), es decir, un enfoque blando y voluntarista que no tocaba en absoluto este problema estructural (de ahí salieron las Directrices Voluntarias, conocidas por el acrónimo inglés VGGT).

 

Esperando abrir una reflexión aún más específica, sobre las asimetrías de poder dentro de la esfera privada, donde las mujeres estaban confinadas, significaba exigir demasiado. Y como no podía unirme a ningún movimiento social internacional que impulsara estos temas, tuvimos que limitarnos a insistir en los derechos de las mujeres a la tierra y poco más. Intentamos, una vez más, plantear claramente la cuestión a algunos colegas de la división de "género": no queríamos añadir un análisis de género al diagnóstico de la tierra, sino partir de la voluntad de reequilibrar estas relaciones para construir una base de confianza y credibilidad para afrontar el creciente problema de los conflictos relacionados con los recursos naturales.

 

Además de los obstáculos internos, y de la falta de interés de los principales movimientos campesinos, éramos conscientes de que existía una dificultad estructural para abordar estas cuestiones en sociedades impregnadas de una cultura machista y patriarcal, donde incluso las religiones eran instrumentos de opresión de género. No pretendíamos hacer milagros, sino sensibilizar al mayor número de colegas como socios de trabajo sobre la centralidad del problema y ver cuáles podrían ser los caminos viables.

 

No llegamos muy lejos, y mientras tanto había llegado el momento de separarme formalmente de la FAO, ya que las diatribas con el Director General (probablemente el más abiertamente machista que ha tenido la FAO, el brasileño Graziano) habían llegado a un punto de ruptura.

 

Más recientemente, al disponer de tiempo para dedicarlo a la lectura y la reflexión, he podido analizar mejor tanto mi trayectoria como mi pensamiento sobre el tema.

 

El punto de partida era y sigue siendo el mismo: no podemos hablar de "desarrollo", sea cual sea el significado de esta palabra, excluyendo a medio mundo. El segundo elemento, tomado de nuestra filosofía del desarrollo territorial negociado y concertado: como los hombres y las mujeres son, somos, diferentes, el único método que puede llevarnos a un objetivo común es el mismo que propusimos para el tema del desarrollo territorial: el diálogo, la negociación y la concertación. Esto nos obliga a empatizar con el otro, a viajar hacia culturas y formas de ver diferentes, no para hacerlas nuestras, sino para entender su lógica y su razón, de modo que sea posible hablar con el otro (conocerse) y encontrar un camino común.

 

Sigue un tercer elemento evidente: estas diversidades (de género) esconden también otras, de clase, de raza, etc. Es decir, se multiplican los factores que hacen que la exclusión (marginación) de las mujeres sea aún más complicada de tratar. Como no los conocemos en detalle, y no sabemos cuáles son los elementos que hay que aprovechar para provocar un cambio, entonces tenemos que estudiar.

 

Lo que sí sabemos: para simplificar, diría que tenemos al menos tres grandes cuestiones en el mundo "agrario" con respecto a la cuestión del "género" que no encuentran mucho espacio en el debate actual: los derechos (individuales) de las mujeres indígenas, los derechos de las mujeres en las comunidades rurales (agropastoriles, agroforestales...) y la cuestión de la dinámica interna de la familia campesina. Tenemos dimensiones que conciernen a la esfera pública, generalmente dominada por los varones, donde se expresa la relación entre el individuo y la institución (estamos por tanto en el mundo de las políticas, las leyes y las costumbres), seguida de la esfera privada del núcleo familiar (no sólo la reproducción y el cuidado, sino también todo lo relacionado con la parte productiva del huerto y la cría de pequeños animales). 

 

El debate actual parece centrarse en la cuestión de cómo potenciar la contribución femenina de la esfera privada para que se mida con lo que se produce en la esfera pública. Creo que deberíamos tener la ambición de ir más allá, y cuestionar la existencia misma de esta separación: por un lado, llevar la dimensión pública a la privada y, por otro, igualar las normas y los comportamientos dentro de la esfera privada entre los dos sexos.

 

Esto implica ir más allá de los debates habituales sobre los límites del acceso de las mujeres a la tierra (último ejemplo, el seminario web organizado por el Land Portal el 24 de marzo). En primer lugar: no se trata de una cuestión "de mujeres", sino de una cuestión de género (es decir, de hombres y mujeres). Segundo: si no se intenta cambiar los elementos estructurales de la sociedad, no será cambiando las políticas o las leyes como cambiará el comportamiento. Por lo tanto, debemos ser ambiciosos, pero al menos así tendremos un horizonte claro y progresivo hacia el que luchar.

 

El problema es que es difícil encontrar personas con las que hablar de ello, me refiero a organizaciones y movimientos comprometidos con el desarrollo "agrario", dado que se han estructurado, a lo largo de los años, partiendo de una cultura implícitamente patriarcal, de la que no es fácil darse cuenta y de la que es aún más difícil liberarse.  Lo veo y lo mido en mí mismo, y los muchos años que me ha costado darme cuenta y empezar a pensar de forma sistémica como nos enseñó Mazoyer.

 

A mi manera, estoy intentando avanzar en estas reflexiones con algunos colegas y amigos que también llevan años trabajando en estos temas, así como con una asociación de la que soy miembro y con la que nos gustaría organizar un foro sobre las luchas en la tierra. 

 

Así que el propósito de este largo post era doble, por un lado presentar mi viaje y por otro buscar personas interesadas en compartirlo. Como no creo en las soluciones individuales, y que sólo la lucha colectiva dará algunos resultados, hay que encontrar primero la manera de hacer pensar a los dirigentes de los movimientos campesinos e indígenas, para que se liberen de los condicionamientos ideológicos y se despojen de su poder, para reconstruir organizaciones y movimientos de campesinos y campesinas verdaderamente igualitarios. Sin estas fuerzas intermediarias, las únicas voces en el desierto de los expertos, a través de artículos, libros, conferencias, nunca serán suficientes. Lo mismo ocurre con los organismos de las Naciones Unidas en los que la esperanza no ha muerto, pienso por supuesto en la FAO, incluso allí con el objetivo de encontrar nuevas formas de afrontar los retos que ya no se pueden posponer. 

 

Artículos citados:

 

Clara Mi Young Park, Ben White & Julia (2015) We are not all the same: taking gender seriously in food sovereignty discourse, Third World Quarterly, 36:3, 584-599 

Desmarais, AA. (2007) La Vía Campesina. La globalización y el poder del campesinado. Madrid. Editorial Popular. 

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