Enfoque negociado del "desarrollo" territorial: el mayor reto: liberarse de los condicionamientos implícitos en la ontología de la modernidad de la que estamos imbuidos
Quienes me conocen o conocen el trabajo que, junto con varias otras personas, estoy realizando en relación con el enfoque territorial, saben que uno de los retos difíciles es la idea de convencer a los “expertos” de pasar de una visión top-down de los actores basada en el principio de que, por haber estudiado en universidades de prestigio, saben más que los agricultores, las comunidades pesqueras, los indígenas o lo que sea, a uno en el que en lugar de dictar soluciones se intenta facilitar el diálogo entre los distintos actores para que se produzca una negociación, todo ello con el fin de encontrar (si posible) un terreno común, lo que llamamos un pacto. Se trata de un cambio de paradigma muy complicado, porque significa dar prioridad a la escucha, la humildad y la disponibilidad, que es lo contrario de lo que se enseña en las grandes escuelas donde se forman (incluyéndome a mi) los técnicos de las agencias de desarrollo.
A esta dificultad se suman muchas otras, como la de conseguir que los actores más poderosos acepten entrar en un proceso de diálogo/negociación en el que se quiere reducir estas asimetrías de poder a favor de los más débiles. Otras cuestiones complejas, que intentamos introducir en este tipo de enfoque, tienen que ver con la necesidad de abordar las cuestiones de poder asimétrico no sólo entre categorías de actores, sino también dentro de la propia unidad básica: la familia, a fin de abordar la cuestión del género de forma no superficial.
Además de todo esto, existe también un problema de otro tipo, más filosófico si se quiere, que nunca hemos discutido seriamente hasta ahora: nuestro aprisionamiento mental con respecto a un modelo filosófico de desarrollo en el que nos hemos estado bañando desde que nacimos.
El punto de partida es la necesidad de reconocer que nosotros, como profesionales del mundo de la "cooperación al desarrollo" (ya sea en las agencias de la ONU, las ONG, los organismos bilaterales y/o las instituciones financieras), somos productos históricos de lo que podemos llamar una ontología de la modernidad. Para entender mejor de qué quiero hablar, es necesario dar un pequeño paso atrás, por lo que tengo que dar las gracias a una amiga y colega de la Universidad de Grenoble, Kirsten.
La historia comienza en la antigua Grecia, cuando dominaba el principio del eterno comienzo. Como escribe Kirsten, "la obra de Aristóteles, entre otras, revela que las ideas sobre la evolución de las sociedades y sus cambios estaban intrínsecamente ligadas a la observación de los principios de la naturaleza y los ciclos vitales: generación, crecimiento, declive. Así, el término physis (naturaleza) deriva del verbo phuo (generar, crecer, desarrollar) y fue utilizado para referirse tanto a la naturaleza como al desarrollo por algunos filósofos griegos. La noción de "naturaleza" funciona, pues, como una metáfora y remite a una concepción cíclica del cambio social/social en Aristóteles. En su obra Metafísica, la ve como la esencia de las cosas que tienen un principio de movimiento en ellas, como "lo que nace, crece y madura incluso al final declina y muere, en un perpetuo reinicio".
A partir de finales del siglo XVII, la idea de una evolución lineal de la humanidad y la ideología del progreso se imponen ampliamente. La idea de desarrollo ya no estaba ligada a la conciencia de un límite para ajustarse a las leyes de la naturaleza, sino que permitía concebir el progreso en el sentido de un crecimiento y una mejora continuos para el bien de la humanidad.
Estos nuevos valores (emancipación, libertad individual y racionalidad) constituyen la base de un nuevo sistema económico. Apoyan y legitiman el capitalismo de mercado y luego acompañan a la economía productivista y a los inicios de la industrialización. El desarrollo se convierte así en crecimiento, y la concepción de la dinámica social se convierte en sinónimo de "progresiva, inevitable, secuencial y permanente": en resumen, ésta es la ontología de la modernidad.
La ciencia, la tecnología, la fe en el progreso expresada en el crecimiento económico y la convicción de la superioridad de la ontología moderna sobre todas las demás formas de vivir y pensar en el mundo.
Con el final de la Segunda Guerra Mundial y una visión del mundo que empezaba a dominar la agenda mundial, Estados Unidos y su presidente, Truman, aclararon inequívocamente la base conceptual de esta visión, que veía, por supuesto, a Estados Unidos como el embajador autoproclamado de esta visión. En este momento de la posguerra, esta visión permitió que confluyeran diversos intereses occidentales, dándoles una nueva dirección y un nuevo papel en la descolonización masiva del Sur que se estaba produciendo entonces.
Así, el discurso de este poderoso hombre adquirió rápidamente el carácter de un vasto "proyecto político". Las Naciones Unidas se hicieron partícipes, a través de las nuevas agencias de cooperación que se crearon: el PNUD y la FAO. Los trabajadores de la FAO somos hijos de esta larga historia y, queramos o no, estamos impregnados de ella.
Ni siquiera las críticas a esta cosmovisión llevadas a cabo por la escuela marxista, la teoría de la dependencia de Gunter Frank y la teoría del desarrollo desigual de Samir Amin, que mostraban que eran las transformaciones societarias inducidas por el Norte las que creaban el subdesarrollo en el Sur, y no la persistencia de la "tradición", pues bien, incluso estas corrientes críticas seguían siendo hijas de la misma ontología moderna: no criticaban el objetivo de alcanzar a los países "desarrollados", ni criticaban el enfoque centrado en la economía. Por tanto, el problema no eran los objetivos, sino los medios para alcanzarlos.
Sólo con la aparición relativamente reciente de movimientos espontáneos y de resistencia en el Sur, empezamos a preguntarnos si "otro mundo es posible". La respuesta es: ¡sí! Otros mundos son posibles y existen, así como otras verdades que las que nos han impregnado desde nuestros primeros días.
Recordando que "la verdad es una construcción social", y que por tanto un modelo dominante que nos ha impregnado durante tanto tiempo ha tenido la manera de inculcarnos el demonio de que su verdad de un modelo modernizador es la única posible, debemos hacer un gran esfuerzo personal para empezar a liberarnos de estas cadenas.
El punto crítico de este largo recorrido surge en el momento de contrastar un método basado en el diálogo, la negociación y la concertación con otro basado en la dominación del más fuerte, que domina y define los propios objetivos y conceptos de "desarrollo".
Sabemos contra qué luchamos, contra esa modernidad en la que la tríada ciencia, tecnología y progreso (occidentales) son los pilares del santo grial que representa el crecimiento económico. Pero esto no es suficiente. Cuando pretendemos ser facilitadores de procesos de desarrollo territorial negociados, ya sea en zonas de conflicto o no, debemos preguntarnos qué visiones ontológicamente diferentes están en juego entre los actores. Y a esta pregunta, que inevitablemente lleva a una respuesta que será plural, habrá que seguirle la pista para entender qué queremos que surja de este tipo de procesos y qué horizonte filosófico ponemos en torno a ellos: ¿el dictado por los donantes o los organismos financieros internacionales, que inevitablemente reflejan esa ontología de la modernidad que empieza a crujir, o queremos convertirnos en constructores de una nueva ontología del posdesarrollo y la posmodernidad? Y las nuevas preguntas vienen como las cerezas, una se derrama sobre la otra: ¿tenemos nosotros, que hemos elegido el papel de facilitadores de procesos de este tipo, la "razón" de tomar partido en contra o a favor de una modernidad, que sentimos que ya no es suficiente para representarnos, o de una posmodernidad por inventar? ¿Por qué luchamos, por el "desarrollo" o por una transformación de la sociedad?
Interesante y necesario el planteamiento de Paolo. Este enfoque debe tener una gran divulgación, en especial para aquellos países convulsionados donde los diálogos y los acuerdos son indispensables. Paolo induce a que los expertos que participan en estos procesos reflexionen sobre la gran responsabilidad que tienen y más que recetas fabricadas en escenarios diferentes , se bajen del pedestal y permitan el dialogo entre los diferentes actores, empoderando a los más débiles, para reducir asimetrías y llegar a pactos sólidos.
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