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domenica 14 agosto 2022

Lenin, Stalin, la guerra contra los campesinos y las cuentas que nunca hizo la izquierda

Hans Georg Lehman, en su interesantísimo ensayo "El debate sobre la cuestión agraria en la socialdemocracia alemana e internacional: del marxismo al revisionismo y al bolchevismo", traducido y publicado en Italia por Feltrinelli en 1977, ya había enmarcado el problema de la incomprensión histórica e ideológica de los pensadores socialcomunistas respecto a las realidades del campesinado (en este caso europeo). La base de este malentendido se convirtió entonces en el fundamento de una guerra abierta que fue declarada por el poder bolchevique tan pronto como tomó el poder en Rusia. 

Una guerra que, como explica Andrea Graziosi en "La gran guerra campesina en la URSS - 1918-1933", se prolongó durante décadas, centrada en la idea de tener que eliminar lo que llamaríamos los pequeños agricultores familiares, o cultivadores directos (en Italia) para crear un sistema colectivo a-histórico, que luego fracasó estrepitosamente.

Cito lo que escribe Graziosi: "Los dirigentes bolcheviques hablaban entonces abiertamente del hambre como medio de impartir una lección pavloviana a los campesinos: quien no acepta la colectivización (que los campesinos llamaban la "segunda servidumbre") y no trabaja en los campos colectivos, no come".

La guerra emprendida por los bolcheviques contra los campesinos de las grandes regiones agrícolas del país costó algo así como 7-8 millones de muertos (una cifra por defecto). Gracias a los bolcheviques, el canibalismo se convirtió en una táctica de supervivencia hasta los años 30, tal y como se recoge en los informes de las embajadas y consulados italianos de la época, sin que ningún país occidental lo mencionara, a pesar de estar al tanto de estos desastres. 

Josué de Castro estudiaba entonces las causas estructurales del hambre en el noreste de Brasil, donde los campesinos morían como moscas a causa de un sistema agrario que quería esclavizarlos a los deseos de los grandes terratenientes. Su magnífico libro, "La geografía del hambre", salió a la luz en 1946, pero sin ninguna mención al genocidio perpetuado por los soviéticos contra sus campesinos, ya que nadie habló de ello y, por tanto, no se realizó ningún estudio.

Hoy deberíamos pensar en una versión actualizada, para encuadrar mejor la cuestión campesina y agraria mundial, a la luz de las numerosas nuevas percepciones, y analizar cómo fue posible que la ideología bolchevique se convirtiera en la base intelectual de los movimientos mundiales de los campesinos sin tierra. 

En mis casi cuarenta años (desde mi primer viaje a Nicaragua en 1983 hasta el presente) de interés por estos temas, nunca he leído una reflexión autocrítica de los partidos y movimientos de izquierda respecto a sus raíces ideológicas sobre la cuestión campesina. La manipulación que sigue actuando para hacer creer que un futuro mejor en el campo mundial es posible a la luz de la ideología socialista y comunista continúa su trabajo y sigue siendo un misterio para mí cómo es posible creer esto hoy en día.

La izquierda ha abandonado a las clases más pobres del Norte en casi todas partes, pensando que su futuro político estaba en el apoyo de las clases medias. El mundo campesino, un mundo nunca comprendido por estos izquierdistas, se ha dejado seducir a veces por estos vendedores de humo (véanse las promesas de Lula en Brasil de una reforma agraria que nunca se hizo), pero al final queda abandonado a su suerte. 

En este momento histórico concreto en el que, debido al cambio climático inducido por un modelo de desarrollo urbano-industrial en contra de la naturaleza, debemos volver la mirada más hacia el campo, las zonas rurales, los bosques y los ecosistemas en general, no tenemos ninguna clave de lectura históricamente aceptable entender e interpretar quiénes son y qué hacen estos actores (y actrices), a los que seguimos definiendo como atrasados, lentos, inútiles, a los que hay que sustituir por máquinas para crear macrogranjas de miles o millones de hectáreas, altamente mecanizadas y con tecnología punta, que luego vemos cómo se convierten, por enésima vez, en parte del problema y no de la solución.

Llevábamos décadas esperando, instando a la gente con la que hablábamos y trabajábamos, que los partidos y movimientos autodenominados "progresistas" hicieran un examen de conciencia interno, una especie de "refresco" para entender lo que era el mundo agrícola del que, nos guste o no, todos dependemos para nuestra alimentación diaria.

El libro de Graziosi fue muy útil para entender cuántos esqueletos hay en los armarios de estas fuerzas, lo que tal vez ayude a entender por qué no quieren hablar de ello, prefiriendo continuar con su ejercicio de manipulación que nunca dará ningún fruto real al mundo que dicen querer ayudar.


1 commento:

  1. Muy interesante Groppo, este análisis, no lo sabía, la contracara del "colectivismo"? no siempre es bueno?

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