En mi vida, tanto personal como profesional, me he encontrado con personas brillantes, genuinamente interesadas en comprender mejor el mundo en el que vivimos y, hasta cierto punto, en actuar para intentar cambiarlo.
Desde mi primera experiencia en Nicaragua, allá por 1983, conocí a filósofos, analistas políticos y jóvenes periodistas especialistas en lo que parecía ser una revolución diferente a las conocidas hasta entonces, más humana y menos ideológica. En los años siguientes, fui a estudiar con un verdadero maestro, con el que aprendí muchas cosas sobre cómo mirar este sistema mundial desde nuestros temas agrarios. No estaba solo en esa escuela, también tenía un colega, más cercano a nosotros en años, que parecía un volcán de energía, canalizándola también principalmente hacia la comprensión de la lógica del mundo agrario, desde una perspectiva histórica y agroeconómica.
De ahí pasé a trabajar en una organización internacional, sobre todo en su centro de desarrollo dedicado a temas y países del Sur. Tuve la suerte de que me guiaran un par de personas diferentes, menos prima donnas y más reflexivas. Quizás personas más modestas a las que sólo aprendí a valorar más y más con el tiempo. Allí también encontré un círculo de superespecialistas que, cada uno en su área específica, pensaban que estaban haciendo una contribución única a la cuestión nunca explicada del "desarrollo". Por aquel entonces todavía no había leído a Arturo Escobar, así que yo también me lancé al camino de este desarrollo fantasma, sin pensar demasiado en lo que significaba y sobre todo para quién.
Cuando más tarde empecé a trabajar en la FAO, se multiplicaron las reuniones de este tipo. Jefes de servicio y directores que se tomaban a sí mismos por especialistas únicos y mostraban cero interés por los que estaban por debajo de ellos. El único caso en el que esto no ocurrió fue con un jefe de servicio brasileño, la persona que me sirvió de modelo cuando, muchos años después, empecé a pensar en la cuestión territorial y en cómo la figura del experto debía cambiar para convertirse en la de un facilitador del diálogo.
El hilo conductor de mis años en la FAO se encuentra en esta doble búsqueda, por un lado de herramientas que nos permitan entender mejor lo que ocurre en el mundo agrario, a partir de ahí pensar en mejorar los enfoques que nos permitan intervenir en estas complejidades de forma más correcta y, por otro lado, buscar continuamente personas con las que hacer equipo. Aliados tanto de carácter político como compañeros con los que crecer juntos para pensar y actuar juntos.
Fue entonces cuando una de estas personas me puso el apodo de "Nokia", la marca de teléfonos finlandesa cuya publicidad en Italia era: Conectar a la gente. Allí, buscaba a la gente y trataba de conectarla.
Algo quedó detrás de mí y a mi lado, pero el deseo de perseverar en este camino no ha hecho más que aumentar con los años, incluso después de dejar la FAO. La búsqueda se extendió entonces a organizaciones y personas ajenas a esa organización, tanto en Italia como en el extranjero.
Se establecieron contactos con asociaciones progresistas, con dirigentes de organizaciones de agricultores y, más recientemente, con el mundo católico, tanto de abajo como de arriba.
Los resultados han sido decepcionantes. No por falta de individualidad de primer orden, sino por el mismo defecto que encontré desde los primeros días de mi vida profesional: el individualismo.
Tal vez fuera el peso de haber crecido, si no incluso nacido, dentro de ese mundo diseñado y controlado por el modelo neoliberal tan impregnado de individualismo y desinterés por los demás, o tal vez porque la naturaleza humana es así. Convertirse en un especialista en un tema concreto puede desencadenar el impulso de seguir por ese camino y, en algún momento, creer que es nuestra inteligencia la que basta para provocar el cambio.
No voy a citar ningún nombre en particular, podría haber muchos ejemplos que todos encontramos a nuestro alrededor. Pienso en las personas con las que me he cruzado en mi vida, sus discursos, sus ideas, brillantes, pero que en un momento dado requerían un esfuerzo de otra naturaleza. Había que entender, y la historia lo enseñaba a quienes querían entenderlo, que nunca habrá un cambio en la sociedad porque una persona, sola, tuviera una idea brillante. Entiendo que nos guste pensar que la India se independizó gracias a Gandhi solo, o que el fin del apartheid en Sudáfrica fue gracias a Nelson Mandela solo, o cosas similares, como que lo que hizo Alemania fue culpa de Hitler solo. Eso nunca fue así, siempre hubo condiciones históricas y políticas que favorecieron la aparición de una serie de personas que tomaron determinadas decisiones. Que luego sea más fácil ponerle una sola cara es porque vivimos con la idea del Héroe que, para bien o para mal, lo hace todo.
Debería ser obvio que no es así: basta con ver las pocas cosas que el Papa Francisco ha conseguido cambiar en la Curia Romana, a pesar de ser el único e indiscutible jefe de la Iglesia. El poder nunca se centra en una sola persona, y si realmente queremos cambiar algo, tenemos que empezar por la horizontalidad, es decir, buscar aliados y construir alianzas. Sin embargo, una vez más, como hemos dicho, escrito y demostrado sobre el terreno, el principal cambio empieza por nosotros mismos. Y en este sentido, cuanto mayor sea nuestra capacidad intelectual, mayor será nuestra responsabilidad de ser los primeros en cambiar. Necesitamos modestia y humildad, así como perseverancia y capacidad de escucha.
Pero estas virtudes faltan cruelmente en la mayoría de los "líderes" intelectuales que nos rodean. Quién sabe si desde el lejano Chile esta nueva, joven y diferente generación en el poder nos demostrará que es posible construir juntos un futuro mejor, a pesar de los enormes desafíos que enfrentan. En cambio, cuando miramos en nuestra casa, en Italia, en Francia, en Europa, nos encontramos con tantos (hombres) que se erigen en campeones de saberlo todo, y cuya distancia del mundo real no sólo es tremenda, sino que va en aumento. No me refiero sólo a la incapacidad histórica de comprender el mundo de las mujeres, sino más generalmente a haber perdido la capacidad de interactuar con la gente común.
Que el mundo tiene que cambiar es evidente, pero si estas personas que hablan de boquilla de cambiar la sociedad, sólo se encierran en sus propias especialidades y no se interesan por los demás, pues es inútil quedarse aquí y esperar.
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