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giovedì 30 dicembre 2021

La sporca dozzina del 2021

Olivier Norek – Impact


Meryle Secrest - Il caso Olivetti


Valérie Perrin - Cambiare l'acqua ai fiori


Niccolò Ammaniti - Io non ho paura


Silvia Avallone - Marina Bellezza


Stefania Auci - I leoni di Sicilia

Stefania Auci - L'inverno dei leoni


Sara Lövestam - Chacun sa vérité

Sara Lövestam - ça ne coute rien de demander

Sara Lövestam - Libre comme l'air

Sara Lövestam - Là ou se trouve le cœur


Jérome Loubry - De soleil et de sang

venerdì 3 dicembre 2021

¡Chile Vive! ¡Viva Chile!

En Italia, las pocas personas que se interesan por lo que ocurre fuera de nuestras fronteras muy raramente dirigen sus ojos a tierras lejanas, más aún que el "fin del mundo" evocado por el Papa Francisco cuando fue elegido para el trono papal. Hablo de Chile, un pequeño país que ha iluminado mucho la vida italiana, políticamente, en los últimos 51 años, sin ninguna reciprocidad.

Las elecciones presidenciales de 1970 llevaron a Salvador Allende al palacio de la Moneda, gracias a la Unidad Popular que había logrado reunir a todos los flancos de la izquierda. La disputa básica era entre un modelo conservador en la sociedad y (neo)liberal en la economía y dos variantes progresistas que querían nacionalizar, unos más (Allende) y otros menos (la DC de Tomic) varios sectores clave de la economía. Gracias a un acuerdo con la DC, el Parlamento, tras unas elecciones en las que ninguno de los candidatos había obtenido el 50,1% de los votos, votó a favor de la elección de Allende.

Fue un terremoto que sacudió los cimientos de muchos países de la región, en su mayoría dominados por dictaduras militares y un estricto control por parte de la administración estadounidense. El hecho de que el peligro socialista (comunista) se infiltrara a través del juego de las elecciones libres fue una lección que los estadounidenses aprendieron bien, y se esforzaron por garantizar que esas cosas no pudieran ocurrir en otros lugares en el futuro (por ejemplo, Italia).

En Italia, el ejemplo chileno fue seguido con entusiasmo por el partido comunista, llevando agua al molino de la visión de Berlinguer, según la cual el objetivo último de una transformación socialista de Italia debía pasar, por un lado, por las elecciones y, por otro, por una convergencia política con la democracia cristiana. Todo esto alarmó a los estadounidenses, por un lado, y a los rusos, por otro.

La fuerte injerencia externa, la polarización política interna, seguida de la desaparición del "principio de negociación, de pleitesía, de alianzas entre grupos sociales y partidos políticos que había caracterizado la historia política chilena hasta entonces" (Maria Rosaria Stabili. 2015. Chile 1970-1973. Allende, la Unidad Popular, el golpe de estado. Revista del Instituto de Historia Europea del Mediterráneo, número 14), conducen a la ruptura democrática y al golpe militar de 1973. La vía chilena al socialismo murió ese día, pero las lecciones que se pueden extraer de esa experiencia siguen siendo relevantes hoy en día.

Con dificultad, pero con la determinación y el liderazgo del pueblo, la dictadura militar terminó en las urnas, con el Plebiscito de 1988 y la posterior elección presidencial de 1989, que llevó a una coalición de centro-izquierda (Democracia Cristiana y Socialistas) a dirigir el país durante las siguientes décadas. El escaso margen de maniobra de la Concertación, que tuvo que actuar dentro de un marco normativo decidido y controlado por los militares, y con un sector económico y financiero muy preocupado por perder sus privilegios, hizo que la democratización del país fuera lenta, a pesar del crecimiento económico y la estabilidad política. 

En el contexto latinoamericano de los años 90 y de la primera década del 2000, Chile siempre se vio bien, sobre todo teniendo en cuenta la situación catastrófica de sus vecinos, Argentina, Brasil y Perú en particular. Algunas medidas fundamentales de la época militar se mantuvieron intactas: la privatización total del sistema de pensiones, que permitió grandes beneficios para los controladores y bajas pensiones para los participantes, un sistema escolar de dos velocidades, con el sector privado convertido en la única forma de encontrar un trabajo digno de ese nombre, pero a costes cada vez más insostenibles. Por otro lado, los derechos de las mujeres y de los pueblos indígenas no consiguen abrirse paso con firmeza en la agenda del gobierno.

En Italia observamos con atención el método y los resultados de la Concertación, que iba a inspirar el Ulivo de Prodi. La disolución de la Unión Soviética y el escándalo de la tangentopoli con la disolución de la democracia cristiana, facilitaron ese camino de convergencia entre las fuerzas socialistas y católicas, de una manera más elaborada y menos traumática que lo que había ocurrido en Chile al principio. Sin embargo, también en Italia había que proceder con cautela, y el secuestro y asesinato de Aldo Moro, el primer defensor de esta posible "convergencia paralela" entre la DC y el PCI, fue una señal bien entendida en nuestro mundo político.

 

La olla a presión que hervía en Chile, aunque pocos querían verla, estalló en 2011, con masivas manifestaciones estudiantiles contra el gobierno de derecha que, por primera vez desde 1989, había vuelto a dirigir el país, exigiendo una profunda reforma del sistema educativo nacional. Las respuestas del gobierno, consideradas en gran medida insuficientes, dieron lugar a continuas protestas en 2012 y 2013. La movilización estudiantil se convirtió en un elemento clave para vencer a la derecha en las elecciones presidenciales de 2014, que vieron la llegada de la primera mujer presidenta de la república, Michelle Bachelet.

 

A pesar de varios resultados positivos en ese momento, habíamos entrado en un período de alternancia política, con una franja del electorado cada vez más insatisfecha y fluctuante, llevando primero a la derecha y luego al centro-izquierda al palacio presidencial, pero sin resolver las dos cuestiones fundamentales, a las que se empezaba a añadir la cuestión indígena.

 

Y así llegamos al "Estallido" de 2019, que comenzó por el encarecimiento del metro y luego se amplió a los temas de la caravana, la corrupción, los problemas anteriores de las pensiones y la educación privada y, finalmente, por una nueva Constitución que sustituya a la de Pinochet de 1988. El presidente de la república llegó a declarar (2019) que "Chile está en guerra", y la respuesta militar y policial se saldó con decenas de muertos y detenidos. Las manifestaciones fueron creciendo, hasta que la "marcha más grande" del 25 de octubre congregó a 1.200.000 personas en las calles de la capital, Santiago (de una población total de 19 millones, de los cuales algo más de 6 millones viven en la capital).

 

La progresiva pérdida de credibilidad tanto del presidente como de los partidos de la Concertación, acusados de no entender los profundos cambios en Chile, llevó a la creación del Frente Amplio, una coalición de fuerzas de izquierda, muy caracterizada por la presencia de jóvenes, que resultó ser un elemento central en la dinámica política reciente. Chile está cambiando, y las señales externas fueron primero los resultados del Plebiscito de 2020 a favor de una nueva constitución, y luego la elección de una "Asamblea Constituyente" en 2021, por primera vez igualitaria, y dirigida por un líder indígena mapuche, encargada de preparar el nuevo texto que será sometido a referéndum en el verano del próximo año.

 

Las elecciones presidenciales en curso han visto la eliminación de los candidatos de los partidos tradicionales, para lanzar un desafío entre el candidato de la izquierda (Frente Amplio y Partido Comunista) contra un inesperado candidato de la extrema derecha, abiertamente pro-Pinochet.

El 19 de diciembre tendrá lugar la segunda vuelta, y de ahí saldrá la figura que dirigirá el país en los próximos años. Un país dividido, como nos hemos acostumbrado a ver en muchos países occidentales en los últimos años, entre fuerzas progresistas, inseguras y divididas, y fuerzas reaccionarias que encuentran un fuerte apoyo en el mundo económico y financiero, pero también un país menos brillante económicamente y que tendrá que enfrentarse, con dos propuestas diametralmente opuestas, a las cuestiones de los derechos de los pueblos indígenas (considerados terroristas por el candidato de la derecha) y de la inmigración (hasta hace muy poco, los refugiados haitianos podían entrar legalmente en el país sin visado; a ellos se han sumado los refugiados que llegan de países en grave crisis, como Venezuela, procedentes de la frontera norte del país). El racismo, que antes era una cuestión tácita, pero que existía en forma de clase, género y raza, se está convirtiendo ahora en parte del discurso público, ya que los haitianos (y muchos otros de países caribeños) son de piel oscura y esto se nota en la ciudad.

 

El candidato de la izquierda, y sobre todo de los jóvenes, parece haber entendido que, si criticar los resultados de los gobiernos de la Concertación sirve para aglutinar a las nuevas generaciones, para ganar las elecciones necesitan los votos de quienes durante años votaron por el PS, el PPD y la Democracia Cristiana. El riesgo de que Chile vuelva a la época de Pinochet es muy fuerte (su candidato obtuvo el primer puesto tras la primera vuelta de las elecciones), por lo que ahora el candidato de la izquierda, Boric, se esfuerza por enmendar la plana a esas fuerzas progresistas que han envejecido un poco prematuramente pero que siguen presentes en el corazón de muchos chilen@s.

 

Será interesante seguir esta dinámica electoral y política, por las implicaciones que tendrá también en el futuro de la nueva constitución en preparación, especialmente en la cuestión indígena y territorial donde, si gana el candidato pinochetista, no se puede excluir el riesgo de que estalle una guerra civil dadas sus declaraciones públicas. No olvidemos que gran parte de los territorios indígenas han sido apropiados ilegalmente por el Estado chileno y entregados en concesión a empresas forestales y mineras, condenando a las poblaciones locales a la inanición. Los gobiernos de la Concertación han dado varios pasos adelante, pero éstos han sido juzgados como muy insatisfactorios por los representantes políticos de los pueblos indígenas, por lo que se espera que un gobierno liderado por Boric avance en la dirección correcta.

 

Se perfila una época muy caliente, y muy interesante de seguir, no sólo para los que aman y se interesan por Chile, sino también para todos nosotros.

Cile Vive! Viva Cile!


In Italia, quelle poche persone che si interessano a cosa succeda fuori dai nostri confini, molto raramente volgono lo sguardo verso terre lontane, ancora più di quel “fine del mondo” evocato da Papa Francesco quando venne scelto per il soglio pontificio. Parlo del Cile, un paese piccolo piccolo ma che tanto ha illuminato, politicamente, la vita italiana negli ultimi 51 anni, senza peraltro che ci sia stata alcuna reciprocità.

 

Le elezioni presidenziali del 1970 portarono l’avvocato Salvador Allende al palazzo della Moneda, grazie all’Unidad Popular che era riuscita a mettere assieme tutte le frange della sinistra. La disputa di fondo era tra un modello conservatore nella società e (neo)liberale in economia e due varianti progressiste che volevano nazionalizzare, chi più (Allende) e chi meno (la DC di Tomic) vari settori chiave dell’economia. Grazie a un accordo con la DC, il Parlamento, dopo l’elezione in cui nessuno dei candidati aveva ottenuto il 50,1% dei voti, votò per l’elezione di Allende.

 

Fu un terremoto che scosse le fondamenta di molti paesi della regione, dominati perlopiù da dittature militari e da un controllo ferreo da parte dell’amministrazione americana. Che il pericolo socialista (comunista) si infiltrasse attraverso il gioco delle libere elezioni fu una lezione che gli americani impararono bene, impegnandosi a fondo perchè in futuro che cose del genere non potessero succedere altrove (esempio Italia).

 

Da noi, l’esempio cileno fu seguito con entusiasmo dal partito comunista, portando acqua al mulino della visione berlingueriana secondo cui l’obiettivo ultimo di una trasformazione in senso socialista dell’Italia doveva passare da un lato dalle elezioni e secondo da una convergenza politica con la democrazia cristiana. Tutte cose che mettevano in allarme sia gli americani da un lato che i russi dall’altro.

Le pesanti ingerenze esterne, la polarizzazione politica interna, seguita al venir meno del “principio della trattativa, del patteggiamento, delle alleanze tra gruppi sociali e partiti politici che aveva caratterizzato sino a quel momento la storia politica cilena” (Maria Rosaria Stabili. 2015. Cile 1970-1973. Allende, la Unidad Popular, il golpe. Rivista dell’Istituto di Storia dell’Europa Mediterranea, numero 14), portano alla rottura democratica e al golpe dei militari del 1973. La via cilena al socialismo moriva quel giorno, ma le lezioni da tirare da quell’esperienza continuano ad essere attuali ai giorni nostri.

Con difficoltà, ma con determinazione e protagonismo di popolo, la dittatura militare finì nelle urne, col Plebiscito del 1988 e la successiva elezione presidenziale del 1989 che portò una coalizione di centro-sinistra (democrazia cristiana e socialisti) a dirigere il paese per i decenni successivi. I limitati margini di manovra della Concertación, che doveva operare all’interno di un quadro normativo deciso e controllato dai militari, e con un settore economico e finanziario molto preoccupato di perdere i propri privilegi, fecero sì che la democratizzazione del paese andasse a rilento, malgrado la crescita economica e la stabilità politica. 

Nel contesto latinoamericano degli anni 90 e del primo decennio del 2000, il Cile faceva sempre la sua bella figura, soprattutto data la situazione catastrofica dei suoi vicini, Argentina, Brasile e Perù in particolare. Alcune misure fondamentali dell’era militare non furono toccate: la privatizzazione totale del sistema pensionistico, che permetteva grandi profitti ai controllori e basse pensioni per i partecipanti, un sistema scolastico a due velocità, col settore privato che diventava l’unica strada per trovare un impiego degno di questo nome, ma a costi sempre più insostenibili. Dall’altro, i diritti delle donne e dei popoli indigeni non riuscivano ad entrare a far parte in maniera stabile dell’agenda di governo.

Noi in Italia osservavamo con attenzione il metodo e i risultati della Concertación, che avrebbe tanto ispirato l’Ulivo prodiano. La dissoluzione dell’Unione Sovietica e lo scandalo di tangentopoli con lo scioglimento della democrazia cristiana, facilitavano quel cammino di convergenza tra le forze socialiste e cattoliche, in maniera più elaborata e meno traumatica di quanto era successo in Cile agli inizi. Anche da noi però bisognava avanzare con cautela, e il rapimento e omicidio di Aldo Moro, primo fautore di questa possibile “convergenza parallela” tra DC e PCI era stato un segnale ben compreso nel mondo politico nostrano.

La pentola a pressione che bolliva in Cile, anche se pochi volevano vederla, scoppiò nel 2011, con imponenti manifestazioni studentesche contro il governo della destra che, per la prima volta dopo il 1989, era tornato a dirigere il paese, per chiedere una riforma in profondità del sistema educativo nazionale. Le risposte governative, considerate largamente insufficienti, portarono a continuare le proteste sia nel 2012 che nel 2013. La mobilitazione studentesca diventò un elemento chiave per battere la destra nelle elezioni presidenziali del 2014, che videro l’arrivo della prima donna presidente della repubblica, Michelle Bachelet.

Malgrado vari risultati positivi di quel periodo, si era entrati in un periodo di alternanza politica, con una frangia dell’elettorato sempre più scontenta e fluttuante, riportando prima la destra e poi il centro sinistra al palazzo presidenziale, senza però che le due questioni di fondo, alle quali iniziava ad aggiungersi la questione indigena, fossero risolte.

Ed arriviamo quindi al “Estallido” (lo scoppio) del 2019, iniziato a causa dell’aumento del costo della metropolitana e ampliatosi poi ai temi del carovita, la corruzione, i problemi precedenti di pensioni e educazione privata e, finalmente, per una nuova Costituzione che rimpiazzasse quella di Pinochet del 1988. Il presidente della repubblica arrivò a dichiarare (2019) che il “Cile si trova in guerra”, e la risposta militare e poliziesca portò a decine di morti ed arresti. Le manifestazioni aumentarono, fino alla “marcia più grande” che, il 25 ottobre, portò in piazza nella capitale Santiago 1.200.000 persone (su una popolazione totale di 19 milioni della quale poco più di 6 milioni vive nella capitale).

La progressiva perdita di credibilità tanto del Presidente, che dei partiti della Concertación, accusati di non aver capito i cambiamenti profondi del Cile, portarono alla creazione di un Frente Amplio, una coalizione di forze di sinistra, molto caratterizzata dalla presenza giovanile, che si dimostrò essere un elemento centrale delle dinamiche politiche recenti. Il Cile sta cambiando e i segnali esterni furono prima i risultati del Plebiscito del 2020 in favore di una nuova costituzione e poi l’elezione di una “Asemblea Costituyente” nel 2021, per la prima volta paritaria, e guidata da una lider degli indigeni Mapuche, incaricata di preparare il nuovo testo che sarà sottoposto a referendum nell’estate del prossimo anno.

Le elezioni presidenziali attualmente in corso, hanno visto l’eliminazione dei candidati dei partiti tradizionali, per lanciare la sfida tra il candidato della sinistra (Frente Amplio e Partito Comunista) contro un inaspettato candidato della destra estrema, dichiaratamente filo-Pinochet.

Il 19 dicembre ci sarà il secondo turno, e da lì uscirà la figura che guiderà il paese nei prossimi anni. Un paese diviso, come ci stiamo abituando a vedere in molti paesi occidentali in questi ultimi anni, tra forze progressiste, incerte e divise e forze reazionarie che trovano forti appoggi nel mondo economico e finanziario, ma anche un paese meno brillante economicamente e che dovrà affrontare, con due proposte diametralmente opposte, i temi dei diritti dei popoli indigeni (considerati come dei terroristi dal candidato di destra) e dell’immigrazione (fino a pochissimo tempo fa, i rifugiati di Haiti potevano entrare legalmente nel paese senza visto; a loro si sono andati sommando i profughi in arrivo da paesi in crisi gravissima come il Venezuela, che arrivano dalla frontiera nord del paese). Il razzismo, che prima era una questione non dichiarata, ma esistente sia nella versione di classe che di genere e razza, adesso sta diventando parte del discorso pubblico, dato che gli haitiani (e molti altri provenienti dai paesi caraibici) sono di pelle scura e questo si nota in città.

Il candidato della sinistra, e soprattutto dei giovani, sembra aver capito che se criticare i risultati dei governi della Concertación serve per mettere assieme le nuove generazioni, per vincere le elezioni servono i voti di chi per anni ha votato il PS, il PPD e la Democrazia Cristiana. Il rischio che il Cile torni indietro all’epoca di Pinochet è molto forte (il loro candidato ha ottenuto il primo posto dopo il primo turno delle elezioni), per cui adesso il candidato Boric della sinistra sta lavorando di fino per ricucire con quelle forze progressiste un po’ precocemente invecchiate ma sempre presenti nel cuore di tanti cileni e cilene.

Sarà interessante seguire questa dinamica elettorale e politica, per i risvolti che avrà anche nel futuro della nuova costituzione in preparazione, soprattutto sulla questione indigena e territoriale dove, se vincesse il candidato pinochetista, il rischio che una guerra civile scoppi non è da escludere date le sue dichiarazioni pubbliche. Non dimentichiamo infatti che gran parte dei territori indigeni sono stati appropriati illegalmente dallo Stato cileno e dati in concessioni a imprese forestali e minerarie, condannando le popolazioni locali alla fame. I governi della Concertación hanno fatto vari passi in avanti, ma giudicati molto insoddisfacenti dalle rappresentanze politiche dei popoli indigeni, per cui l’aspettativa è forte che un governo a guida Boric vada nella giusta direzione.

Si prepara un periodo molto caldo, e molto interessante da seguire non solo per chi ama e si interessa al Cile, ma anche per tutti noi.

mercoledì 1 dicembre 2021

2021 L57: La dame de Reykjavik - Ragnar Jonasson

Points, 2020

Hulda a tout donné à sa carrière. Mais en faisant toujours cavalier seul. Elle a beau être une des meilleures enquêtrices du poste de police de Reykjavik, à soixante-quatre ans, sa direction la pousse vers la sortie.
La perspective de la retraite l'affole. Tout ce temps et cette solitude qui s'offrent à elle, c'est la porte ouverte aux vieux démons et aux secrets tragiques qu'elle refoule depuis toujours. Et ses échappées dans la magnificence des paysages islandais, pour respirer à plein poumons la sauvagerie de son île, ne suffiront plus, cette fois.
Alors, comme une dernière faveur, elle demande à son patron de rouvrir une affaire non résolue. Elle n'a que quinze jours devant elle. Mais l'enquête sur la mort d'Elena, une jeune russe demandeuse d'asile, bâclée par un de ses collègues, va s'avérer bien plus complexe et risquée que prévu. Hulda a-t-elle vraiment pesé tous les risques ?

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Non si racconta la fine... ma ci è piaciuto assai... (è una trilogia per cui adesso cerchiamo gli altri due)