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venerdì 27 marzo 2020

Covid-19: ¿Habrá matado más el virus o Alemania?


Cuando dentro de unos años se hará una evaluación definitiva de las muertes causadas, directa o indirectamente, por esta crisis sanitaria y económica, descubriremos con asombro que Alemania ha probablemente matado a más víctimas del virus, al menos en la cuenca del Mediterráneo. Déjame explicarle por qué.   

Primer punto: el Pacto Europeo de Estabilidad y Crecimiento (PESC). Esta es la cuerda alrededor de nuestros cuellos con la que nos hemos estado colgando desde que tomó forma en 1997. El PESC impone reglas estrictas sobre los déficits presupuestarios (por debajo del 3% en base anual) y sobre la deuda pública que debe caer al 60% (en Italia viajamos a más del doble). Estas reglas estaban hechas a la medida de países como Alemania, y habrían obligado a otros, especialmente los del Sur, a apretarse el cinturón durante años y a privatizar lo de bueno que tenía el Estado para ganar dinero y reducir la deuda. 

El PESC no ha hecho más que preparar el terreno para el futuro fin de la Unión Europea, que comenzó formalmente ayer, 25 de marzo de 2020. 

En 23 años de funcionamiento, las economías del Sur han empeorado cada vez más, sus deudas han aumentado y el bienestar ha disminuido. Para salir adelante, en el modelo capitalista renano, hay que endeudarse cada año más: los bonos emitidos por los gobiernos tienen como única garantía los Estados que los emiten, individualmente. Europa, gracias a las resistencias alemanas, holandesas y de otros países del Norte, siempre se ha pronunciado en contra de deuda. El resultado es el debate diario sobre el SPREAD, es decir, el diferencial entre nuestros bonos y los alemanes, un diferencial que expresa el grado de desconfianza hacia países como el nuestro. Cuanto más alto sea el margen, más tendremos que pagar altos intereses a los suscriptores de nuestros bonos.

Pero si el PSC es la cuerda del ahorcado, el Euro es el jabón que hace que la cuerda corra más rápido cada día. El Euro, en la mente de los iluminados, se suponía que era el comienzo de un proceso de convergencia económica, política y social europea. Al final, sólo quedó el primer pilar, el económico, que fotografió las relaciones de fuerza en el momento de su creación. El valor que se estableció, y su control a través de la BCE en Frankfurt, fue de hecho lo que los alemanes quisieron aceptar para abandonar la Marca. Así nos encontramos con una moneda fuerte que servía perfectamente a las necesidades de los países alemanes y asociados, pero que era demasiado cara para nosotros los mediterráneos. En la práctica, nos vimos privados del instrumento clásico, en caso de crisis, a saber, la devaluación competitiva. Desde el día del nacimiento del euro, nuestras empresas exportadoras han tenido que luchar en un mercado europeo donde los países del Norte eran los amos, así que en lugar de ganar dinero, empezamos a perder.

El principio básico para que una moneda única funcione entre un grupo de países es que el nivel de las fuerzas productivas sea bastante cercano, con pocas diferencias de productividad. Sin esto, la rigidez impuesta por la moneda única lleva necesariamente a exacerbar los desequilibrios iniciales y a multiplicarlos, como ocurrió exactamente por nosotros.

Bueno, volvamos a Covid-19 (vale la pena recordar el número, porque a éste le seguirá en los próximos años el 20, 21 y así sucesivamente). 

La crisis económica generada por el virus ha obligado a los reticentes alemanes a aceptar una suspensión del PESC, permitiendo así aumentar los gastos (en déficit) para luchar en el frente de la salud y poco más. Estas son nuevas deudas, que deben ser pagadas. 

Conscientes de este problema, varios países, nosotros los países mediterráneos, además de Francia, Irlanda y otros, llevamos semanas tratando de presionar a Berlín y Bruselas para que no sólo tengan más fondos, sino sobre todo con reglas diferentes.

El Norte teutónico respondió que el dinero podía encontrarse en el ESM (Mecanismo Europeo de Estabilidad, también conocido como el Fondo salva-Estados). El problema con el ESM es que está condicionado de nuevo por los mismos criterios que el PESC, lo que significa que ese dinero debe contarse en la deuda del Estado, que debe reducirse al 60%. En la práctica, esto significaría que, una vez finalizado el actual período de internamiento, los Estados que utilizan esos fondos tendrían que volver a empezar con las mismas políticas que antes, es decir, recortando sus presupuestos de sanidad, educación y todo lo demás, en el mismo momento en que, una vez finalizado el actual internamiento, estallará la verdadera crisis económica, dado que las industrias, italianas como muchas otras del sur de Europa, no podrán recrear trabajo inmediatamente y muchos empleos precarios y muchas pequeñas empresas tendrán que declararse en quiebra.

El segundo camino que Conte, Macron y otros han intentado seguir es el de los llamados Corona-bond, es decir, financiarse en el mercado mundial con títulos garantizados por la Unión Europea en su conjunto, mutualizando así el futuro italiano, español, francés,... con el de países como Alemania y Holanda. Sería un paso adelante hacia algo común, algo europeo. No hacerlo significa dejar que los países más endeudados jueguen solos en el mercado financiero, pagando así aún más caro lo necesario para intentar (digo, intentar) salir de la crisis. Mutualizar la deuda también sería el comienzo de una posible discusión seria sobre la moneda única, el PESC y lo que regula nuestra vida común, social y política (derechos de los trabajadores, etc.). No hacerlo significa, por el contrario, estar de acuerdo con los populistas y nacionalistas de todo tipo, que tendrían mucha munición a su disposición para demostrar que la Unión Europea es inútil.

Todo lo que escribo es exactamente lo que leo, no en los periódicos de Salvini o Berlusconi, sino en los llamados "progresistas", o leyendo y escuchando a especialistas como Gael Giroud en youtube.

La decisión de anoche fue clara: Alemania (y Olanda y Austria) dijo que no, de ninguna manera. Es cada uno por su cuenta. Como dijo el ministro francés de Economía, Bruno Le Maire, hace unos días, "si Europa no ayuda a Italia, Europa está acabada".

Por eso la verdadera crisis que nos espera no es ésta de los 7.000 muertos, sino que es mucho más grave que una recesión económica que se estima en el orden de los 18 meses, con la cancelación de millones de puestos de trabajo. El Estado no tendrá el dinero para reiniciar el sistema económico y por lo tanto la desintegración social aumentará aún más. Esperemos ver al ejército en las calles a finales de año.

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