Visualizzazioni totali

venerdì 15 marzo 2019

VGGT (Directrices Voluntarias para la buena gobernanta de la tierra): se acerca el séptimo aniversario – es hora de hacer un balance



En mayo la FAO y La Via Campesina celebraran el séptimo aniversario de la aprobación de las Directrices Voluntarias para la buena gobernancia de la tierra. Personalmente creo que no hay absolutamente nada que celebrar y, más bien, este será un día más de luto en un sinnúmero de oportunidades perdidas por parte de los progresistas del mundo. Llegaremos a ese día con calma, por el momento me interesa compartir unas reflexiones de Arturo Escobar (La invención del tercer mundo) sobre el concepto madre que está a la base de las VGGT, o sea el “desarrollo sostenible”.

“lo que requiere explicación es precisamente por qué este conjunto de condiciones ha tomado su actual forma, el “desarrollo sostenible”, y cuáles serían los problemas importantes asociados a él. 
A este respecto debemos destacar cuatro aspectos. Primero, que el desarrollo sostenible forma parte de un proceso más amplio de problematización de la supervivencia global, que ha traído como resultado la reconstrucción de la relación entre naturaleza y socie- dad. Dicha problematización apareció como respuesta al carácter destructivo del desarrollo después de la Segunda Guerra Mundial, por un lado, y al auge de los movimientos ambientalistas en el Norte y el Sur, por otra, lo que produjo una compleja internacionalización del medio ambiente (Buttel, Hawkins y Power, 1990). Pero lo que se problematiza no es la sostenibilidad de las culturas locales y sus realidades sino la sostenibilidad del ecosistema global. Sin embargo, lo global se define de nuevo de acuerdo con la percepción del mundo compartida por quienes lo rigen. Los ecologistas liberales ven los problemas ecológicos como el resultado de procesos complejos que trascienden el contexto cultural y local. Aún la consigna “Pensar globalmente, actuar localmente” supone no solo que los problemas pueden definirse en el nivel global, sino que son igualmente importantes para todas las comunidades. Los ecoliberales creen que porque todos somos tripulantes de la nave espacial Tierra, todos tenemos la misma responsabilidad de la degradación ambiental. Raras veces se dan cuenta de que existen grandes diferencias y desigualdades en los problemas de recursos entre los países, las regiones, las comunidades y las clases. Y pocas veces reconocen que la responsabilidad está lejos de ser compartida por igual. 
Un segundo aspecto que regula el discurso del desarrollo sostenible es el de la economía de la visibilidad que fomenta. Con los años, los analistas de ecosistemas descubrieron las actividades “degradantes” de los pobres, pero casi nunca reconocen que los problemas están enraizados en los procesos de desarrollo que han desplazado comunidades indígenas, perturbando los hábitat y trabajos de la gente, forzando a muchas sociedades rurales a aumentar la presión sobre el medio ambiente. Aunque en los años setenta los ecologistas consideraban como problemas principales el crecimiento económico y la industrialización incontrolada, en los años ochenta muchos de ellos llegaron a percibir la pobreza como un problema de gran importancia ecológica. A los pobres se les reprocha ahora su “irracionalidad” y su falta de conciencia ambiental. Los libros populares y también los textos académicos están llenos de representaciones de masas de gente pobre y piel oscura destruyendo bosques y laderas con hachas y machetes, desplazando con ello la visibilidad y la culpa de los grandes contaminadores industriales del Norte y del Sur y de los estilos de vida depredadores fomentados por el desarrollo capitalista hacia los campesinos pobres y las prácticas “atrasadas” como la agricultura de roza y quema. 
Tercero, la visión ecodesarrollista expresada en la corriente principal del desarrollo sostenible reproduce los principales aspectos del economicismo y el desarrollismo. Los discursos no se reemplazan entre sí completamente sino que se construyen uno sobre otro como capas que solo pueden separarse en parte. El discurso del desarrollo sostenible redistribuye muchas de las preocupaciones del desarrollo clásico: necesidades básicas, población, recur- sos, tecnología, cooperación institucional, seguridad alimentaria e industrialismo, son términos que aparecen en el informe Bruntland, pero reconfigurados y reconstruidos. El informe defiende los intereses ecológicos, aunque lo hace con una lógica un poco diferente. Al adoptar el concepto del desarrollo sostenible, dos viejos enemigos, el crecimiento y el medio ambiente, se reconcilian (Redclift, 1987). Después de todo, el informe se centra menos en las consecuencias negativas del crecimiento económico sobre el ambiente que en los efectos de la degradación ambiental sobre el crecimiento y el potencial para el crecimiento. Es el crecimiento (léase expansión del mercado capitalista), y no el medio ambiente lo que hay que sostener. Además, como la pobreza es al tiempo causa y efecto de los problemas ambientales, se requiere crecimiento con el propósito de eliminar la pobreza, con el propósito, a su vez, de proteger el medio ambiente. La Comisión Bruntland da a entender que la manera de armonizar estos dos objetivos en conflicto es establecer nuevas formas de gestión. La gestión ambiental se convierte en la panacea. 
Cuarto, esta reconciliación se facilita por el nuevo concepto de “medio ambiente”, cuya importancia en el discurso ecológico creció en el período de la segunda posguerra. El desarrollo de la conciencia ecológica que acompañó al veloz crecimiento de la civilización industrial también transformó la “naturaleza” en “medio ambiente”. La naturaleza ya no significa una entidad autónoma, fuente de vida y de discurso. Para quienes defienden una visión del mundo como recurso, el medio ambiente se convierte en una estructura indispensable. Como se usa hoy el término, el medio ambiente incluye una visión de la naturaleza acorde con el sistema urbano industrial.Todo lo importante para el funcionamiento de este sistema se convierte en parte del medio ambiente. El principio activo de esta conceptualización es el agente humano y sus creaciones, al tiempo que la naturaleza queda relegada a un rol aún más pasivo. Lo que circula es materia prima, productos industriales, desechos tóxicos, “recursos”. La naturaleza se reduce a un ente estático, un mero apéndice del medio ambiente. Junto con el deterioro físico de la naturaleza, presenciamos su muerte simbólica. Lo que se mueve, crea, inspira, es decir, el principio organizador de la vida, reside ahora en el medio ambiente (Sachs, 1992). 
Un grupo de activistas ambientales de Canadá destaca así el peligro fundamental de aceptar el discurso del desarrollo sostenible: 
La creencia genuina de que el Informe Bruntland constituye un grave avance para el movimiento ambiental/verde... equivale a una lectura selectiva, en la cual los datos relativos a degradación ambiental y pobreza se enfatizan, mientras que la orientación del informe hacia los “recursos” y el crecimiento se ignora o minimiza. Este punto de vista sugiere que dado el respaldo del Informe Bruntland al desarrollo sostenible, los ambientalistas pueden señalar ahora cualquier atrocidad ambiental particular y decir: “Esto no es desarrollo sostenible”. Sin embargo, con ello los ambientalistas están aceptando el “desarrollo” como marco para la discusión (Green Web, 1989: 6). 

Convertirse en nuevo cliente del aparato del desarrollo trae más implicaciones de lo que parece: sustenta y contribuye a la difusión de la visión económica dominante. 

Nessun commento:

Posta un commento