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sabato 26 novembre 2022

Empecemos a pensar en el futuro: un viaje hacia los demás (y sobre todos las demás)


Escribo este post no por casualidad hoy 25 de noviembre.

 

Aquí empiezo a escribir algunas reflexiones iniciales, preparatorias a la estructuración de un trabajo futuro que va más allá de la fase crítica, tal como se expresa en los dos libros anteriores, La crisis agrícola y ecogenética explicada a los no especialistas (Meltemi, 2020), y el próximo que verá la luz en enero (cuyo título y editorial aún no diré), para avanzar en el difícil arte de proponer elementos para un camino de construcción de un futuro diferente.

 

El equipo de trabajo aún no ha sido diseñado, por lo que las puertas están abiertas para cualquiera que desee postularse.

 

Para empezar, creo que se necesita un trabajo de limpieza del pasado, lo que implica volver una vez más al pasado, a la ontología modernista (tal como la define Kirsten Koop) que hemos construido y que nos mantiene mentalmente cautivos y limita mucho nuestras capacidades elaborativas.

 

Una operación tanto más necesaria si realmente queremos empezar a pensar en el futuro de otra manera.

 

Hij@s del modernismo y su jaula mental
 
Aunque he estado visitando Francia durante casi 40 años, debo admitir que la comprensión completa del significado de la revolución de 1789 se me pasó por alto hasta hace poco. En resumen, fue una ruptura social con las estructuras feudales caracterizadas por la imbricación con la Iglesia y la religión, estructuras altamente desigualitarias y donde los derechos y libertades individuales no existían. La revolución trajo consigo estos nuevos valores, Liberté, Egalité et Fraternité (obviamente no la sororidad, dado que fue una revolución masculina y esencialmente machista, inserta de lleno en la larga tradición patriarcal que nunca ha sido abandonada), y el sueño de reducir las desigualdades de la mano con la expansión de las libertades individuales.
Estas ideas y valores asustaban al mundo de la época, pues el sistema monárquico feudal fue la base de todos los estados europeos, más allá de la deriva dictatorial de Napoleón. Ideas y valores que se convierten (¿a pesar de sí mismos?) en los cimientos de un nuevo sistema económico, porque en realidad legitiman el capitalismo mercantil, la naciente economía productivista con la que se inicia la revolución industrial.
 
Así es como lentamente, sobre los cimientos de la Revolución Francesa, Darwin y el progreso técnico-científico, se va forjando un nuevo imaginario hecho de pensamiento lineal, progresista y optimista en torno a los cambios sociales. Así nació la "modernidad", un producto histórico complejo y contradictorio que continuará su viaje desde el occidente desarrollado (Europa y Estados Unidos) hacia la dominación mundial.
 
El final de la Segunda Guerra Mundial es el punto de partida para la aceleración de la "modernización" guiada y orientada por el mundo occidental. A partir del discurso de Truman de 1949, queda claro para todos que, a pesar de ser sólo uno de los dos grandes protagonistas de la derrota del nazismo (el otro, con muchas más víctimas y daños sufridos, la Unión Soviética), el futuro será el trazado. por los Estados Unidos, sobre la base de los cimientos establecidos desde 1789: propiedad privada, libertad y democracia según los estándares definidos en Washington.

 

El primer paso fue la supresión del “otro”. La Guerra Fría no fue sólo una batalla ideológica entre el capitalismo y el comunismo, sino entre una forma de ver única y totalizadora (la modernidad definida por el mundo occidental) y un posible “otro”, del que poco se sabía y ese poco daba miedo de todos modos.
 
La construcción de la modernidad occidental requirió, para extenderse incluso en los nuevos Sur que comenzaban a existir, nuevos conceptos que aclararan en pocas palabras quién mandaba y quién no. Así nació el concepto de "desarrollo", se inventaron los países "subdesarrollados" y, gracias a teorías económicas complacientes (Lewis), se detalló el camino a seguir: a la propiedad privada se unió el papel central del mercado, la construcción de nuevos estados en la línea de los modelos (e instituciones) occidentales y, particularmente en el mundo agrícola, se añade el otro Dios, un Jano de dos caras formado por el binomio ciencia-tecnología.
 
Se crean instituciones internacionales (las Naciones Unidas y, dentro de ellas, en particular la FAO), para llevar la buena nueva al resto del mundo.
 
Pasarán décadas hasta que se desarrollen teorías alternativas gracias a los escritos de André Gunder Frank, Samir Amin y Singer-Prebisch, entre otros. Pero siempre permanecerán dentro del mismo contenedor, el modernismo (desarrollo, industrialización, ciencia y tecnología). Pasarán otros años antes de que lentamente comencemos a descubrir los (escribo a propósito los y no las) "actores" del "desarrollo". Se intenta así corregir los errores de los planteamientos modernistas que, en el Sur del mundo, no conducen a la resolución de ninguno de los problemas básicos, en primer lugar, el del hambre y, íntimamente ligado y aún más amplio, el de la pobreza. Nacen los enfoques "participativos" que, bien simplificados por mi viejo amigo y tantas veces citado Hernán Mora, pronto se convierten en enfoques de "participulación", es decir, de participación manipulada.
 
La manipulación es necesaria, porque no puede haber riesgo de que estos actores locales, a los que hasta hace poco tiempo se les negaban los conocimientos mínimos útiles para su "desarrollo" (que sólo podía proceder de nuestro conocimiento científico), se conviertan en verdaderos protagonistas y tal vez pretendan tomar la dirección (de su "desarrollo") o tal vez incluso para cambiar su dirección.
 
Poco a poco empieza a surgir también la otra mitad del mundo, primero la cuestión femenina y luego el género. Sin embargo, esto también se canalizó pronto en las vías de la visión modernista del noroeste.

 

Así llegamos al día de hoy donde ya no es posible negar la existencia de muchos "otros" diferentes. Sin embargo, la batalla, vista por los dominantes, siempre es la misma: cómo enmarcar a estos "otros" dentro de un mismo esquema dominado por el norte, esquema que, desde hace más de 40 años, se ha acelerado al colocar al singular, al individuo como el único referente de políticas, visiones y programas. La promoción del individualismo fue estructuralmente funcional a la idea de romper los lazos sociales de solidaridad que aún podían existir y resistir. Margaret Thatcher lo dijo bien: solo veo individuos, no veo la sociedad. Esa consigna nos ha penetrado, separándonos unos de otros, en esto facilitado por el desarrollo de la ciencia y la tecnología (¡otra vez!), que nos permiten “simular” ser una comunidad, cuando estamos encerrados en nuestra habitación chateando por teléfono.
 
Un viaje hacia el pluriverso
 
Necesitamos invertir el significado del título inicial: no se trata genéricamente de ir hacia los otros, sino sobre todo de ir hacia las otras. Si la ontología modernista ha sido nuestra jaula mental durante dos siglos y más (con una aceleración desde la posguerra), también debe recordarse que este mundo y el preexistente (feudal) eran hijos del mismo patrón, el patriarcado.
 
Los caminos por los que debemos transitar son pues muchos, complejos y evidentemente no están definidos. Esto porque el primer punto es volver a lo dicho sobre el porqué de la Guerra Fría: no tener “otro”, no reconocerle ningún derecho a participar en la construcción de una visión del mundo de la posguerra.
 
Bueno, si EE.UU. triunfó con la Unión Soviética, en realidad perdieron la batalla porque aparecieron “otros” no solo en el hemisferio Sur (a partir del “descubrimiento” de los pueblos indígenas y sus diferentes cosmovisiones) sino también en nuestro Norte: el tema de género, la lucha contra el patriarcado y las asimetrías de poder.

 

No hay un solo mundo, sino un pluriverso concebido, descrito y vivido de manera diferente, sin jerarquías, por una pluralidad de… actrices y actores.
 
La aceptación de esta pluriversatilidad (¿así la llamamos?) es sólo un punto de partida, para poner en crisis y también cuestionar las herramientas con las que tratamos de entender a los actores y actrices del Sur y del Norte. Nosotros, hijos de la "cooperación al desarrollo", muchas veces hombres, blancos y occidentales, debemos hacer un esfuerzo muy grande para mirar dentro de nosotros mismos, para despojarnos de estas corazas ideológicas y conceptuales, de estos credos de los que ni siquiera somos conscientes (a veces), para emprender este camino.
 
Salir de la modernidad, y plantearnos el problema del otro y de las otras. Pero no solo mirando al sur, sino también a nuestro lado, arriba y abajo, con nuestras hermanas, hijas, madres, abuelas, amigas y colegas. Necesitamos unas gafas diferentes, que un oftalmólogo no nos dará, pero tenemos que construirlas nosotros mismos, no solos, sino apoyándonos unos en otros.
 
El pluriverso es y será diferente, pero debe tener un punto de partida diferente y común, un patrón que tenga un nombre claro: ¡NO al patriarcado! A partir de ahí comenzamos a reflexionar sobre conceptos, métodos de estudio y acciones concretas. Sin dejarnos engañar de nuevo por innovaciones que se nos presentan como revolucionarias, como la agroecología o la permacultura: nos mantenemos siempre en el mismo marco de la ciencia y la tecnología, solo cambiando técnicas y declarándolas más respetuosas con el medio ambiente. Pero siempre olvidando que nosotr@s, mujeres y hombres, también somos medio ambiente, por lo que de poco sirve una lucha por promover estas técnicas sin ir a luchar contra la base patriarcal que hay detrás.

Esto es solo para dar un ejemplo, que la búsqueda no será fácil, no habrá fórmulas econométricas tan queridas por mi amigo Marco; tendremos que abrirnos, en nuestras dudas, en ausencia de certezas porque, como dijo Z. Sardar en su ensayo Bienvenidos a tiempos posnormales, “El espíritu de nuestra era se caracteriza por la incertidumbre, el cambio rápido, el realineamiento del poder, la agitación y comportamiento caótico. Vivimos en un período intermedio en el que las viejas ortodoxias están muriendo, otras nuevas aún no han nacido y muy pocas cosas parecen tener sentido. La nuestra es una era de transición, una época sin la confianza de que podemos regresar a cualquier pasado que hayamos conocido y sin confianza en ningún camino hacia un futuro deseable, alcanzable o sostenible. El camino a seguir debe basarse en las virtudes de la humildad, la modestia y la responsabilidad, requisito indispensable de vivir en la incertidumbre, la complejidad y la ignorancia”.
 
¡Entonces empecemos!

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