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martedì 22 novembre 2022

Continuando con el post de ayer sobre la crisis alimentaria



Sólo quería añadir una cifra, extraída de los datos de la OCDE, de la que estoy seguro, relativa al importe de las subvenciones concedidas a la agricultura por los principales países desarrollados y algunos países emergentes: ¡el total supera los 700.000 millones de dólares al año! Sí, has leído bien: 700.000 millones al año.

A la cabeza tenemos a China con 185.900 millones, seguida de la Unión Europea con 101.300, en tercer lugar está Estados Unidos con 48.900 y en cuarto lugar Japón con 37.600 millones. 
https://www.hinrichfoundation.com/research/article/protectionism/agricultural-subsidies/


Si crees que esta montaña de dinero va a parar a los pequeños agricultores, pues se equivocan. Para ello, pongo a continuación una visualización de la evolución de las explotaciones agrícolas estadounidenses desde 1900 hasta 2002. A principios de siglo, el 17,5% de las explotaciones tenía menos de 100 acres (unas 40 hectáreas). En 2002, ¡se redujo al 4,3%! En cambio, las grandes explotaciones de más de mil acres (400 hectáreas) pasaron del 24% en 1900 al 67% en 2002. Así que puedes ver a dónde va el dinero.





La FAO nos recuerda que más del 90% de los 570 millones de explotaciones agrícolas del mundo son gestionadas por un individuo o una familia y dependen principalmente de la mano de obra familiar. Las explotaciones familiares producen más del 80% del valor de los alimentos del mundo, lo que confirma la importancia central de la agricultura familiar para la seguridad alimentaria mundial, hoy y para las generaciones futuras.

Así que, para resumir: ayer recordamos que la distribución desigual de la tierra nunca ha sido un tema central para los países (ricos) del Norte. Que los campesinos (que ahora se han convertido en mano de obra-masa) han visto caer los precios que se les pagan desde que hay una encuesta anual (referencia al libro de Mazoyer-Roudart). En el Norte se impulsó la selección antinatural, eliminando progresivamente a los campesinos y a las campesinas para enviarlos a romperse la espalda en las fábricas, obligando a los que quedaban a ser cada vez más grandes y, sobre todo, más dependientes de la religión de la modernización (maquinaria, productos químicos, semillas seleccionadas privatizadas...). En la cúspide de la pirámide, una porción cada vez más estrecha de la agroindustria se consolida, impone la ley y se embolsa el dinero público.

La filosofía subyacente era acostumbrarnos todos (los del norte primero y los del resto del mundo después) a convertirnos en lo que mi amigo Hernán Mora llamaría "comemierda", la malbouffe como dicen los franceses. Bajar el costo de la producción de alimentos para reducir el costo de reproducción de la mano de obra. El resultado fue la pérdida de calidad. Afortunadamente, en algún momento empezamos a cansarnos de comer mierda, y poco a poco surgieron iniciativas de abajo a arriba.

Recordemos, sin embargo, que debemos mirar más allá de las fronteras de nuestra propia casa, porque este agronegocio del Norte económico se mide con los mercados abiertos e indefensos de los millones de campesinas y campesinos del Sur. Con una diferencia estimada en 1:1000 (es decir, con una productividad mil veces mayor) el juego no es "justo", es lo más desigual que puede ser. 

Ademàs, nosotros, en el Norte económico, ponemos 700.000 millones de dólares al año para proteger nuestras agriculturas (repito, sobre todo las grandes), capaces de producir excedentes para la exportación, para destruir progresivamente las del Sur.

Y si alguien se atreve a criticar este sistema en el que se nos permite proteger nuestros mercados y a los del Sur no, pues no se puede: sale la eterna Thatcher y su eslogan TINA (There Is No Alternative).

Así que la crisis alimentaria de la que habla el secretario de la ONU es una crisis agraria construida científicamente desde la posguerra, como explico en mi libro.

Mediten, gente, mediten.

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