De donde venimos, el Veneto, siempre hemos escuchado este proverbio. Entonces, tal vez, como todas las reglas, ésta también sufre de excepciones: yo soy el ejemplo, ya que no aprendí mucho a nadar, sólo a mantenerme a flote...
En fin, volvamos al bombazo, es decir, la invasión rusa de Ucrania. A la espera de que alguna mafia ponga un contrato en la cabeza de Putin y así "resolver" el problema en su origen, todavía hay que hacer algunas consideraciones. Algunas de ellas se refieren a nuestra dependencia (europea) de los combustibles fósiles, y de un país en particular, el gas, sobre el que el vicepresidente de Lega Ambiente ya se ha explicado bien en el diario de hoy. Me surge más espontáneamente pensar fuera de nuestras fronteras europeas, tomando como punto de partida la invitación de mi amigo Massimo Gillone en FB que hace la siguiente pregunta: ¿cuándo se excluirá a Israel de las competiciones deportivas, por invasión de Palestina?
Aclaremos para los que no quieran entender: la plena responsabilidad de Rusia no está en cuestión, el hecho de que otros lo hayan hecho antes que ellos y que muchos lo sigan haciendo vale como la justificación de Bettino Craxi, exprimer ministro y jefe del partido socialista, cuando declaró, ante las acusaciones de fraude, robo y latrocinio de su partido que "así lo hacen todos". Así que hay que hacer pagar a Putin el precio justo, pero eso no quita que la caja de Pandora de las asimetrías de comportamiento de nosotros los occidentales (los que, por definición, tenemos la razón -me río amargamente-) se haya abierto por fin (o al menos eso espero).
Acabo de terminar de leer una obra colectiva de varios estudiosos franceses sobre lo que se ha llamado la Franceafrique, es decir, las formas con que París controló y explotó totalmente sus territorios colonizados. Antes, durante y después de la independencia, siempre se buscó la forma menos visible y menos costosa (en términos políticos, pero también económicos) de controlar los resortes del poder y nunca se dejó espacio para el crecimiento democrático local. Además de los daños, los países africanos francófonos también han tenido que soportar las burlas del inefable presidente Sarkozy que, en su famoso (y tristemente celebrado) discurso de Dakar, declaró que "l'homme africain n'est pas assez entré dans l'Histoire". Todavía recuerdo como si fuera ayer el libro de David Van Reybrouck, Congo, sobre la colonización belga, cosas que harían que los belgas fueran clasificados como bárbaros mucho más que muchos otros. En realidad, si uno lee un poco sobre las prácticas coloniales de todos los países, es evidente que la gran mayoría de los países europeos estaban convencidos de que saliendo a matar y violar a las poblaciones locales, destruyendo sus culturas y formas de vida, iban trayendo la "civilización". Corramos (¿o no?) un tupido velo sobre el comportamiento de la Iglesia católica, que no puede pensar en redimirse porque ahora tiene una figura como el Papa Francisco. Faltas acumuladas a lo largo de los siglos, de las que no ha habido un verdadero arrepentimiento ni un verdadero reembolso.
Durante muchas décadas, sobre todo a partir de la posguerra, se creyó que bastaba con barrer el polvo bajo la alfombra, con poner encima una retórica basada en el futuro, para pensar que todo esto se podía olvidar. Cuántas veces hemos escuchado que, gracias a la protección estadounidense, hemos vivido el período de paz más largo jamás visto por la humanidad... Bueno, una paz basada en el principio neoliberal de externalizar los conflictos allí donde cuestan menos (para nuestras opiniones públicas). Intentar hacer una lista de conflictos desde la posguerra sería demasiado largo, y seguro que cada uno de nosotros tiene alguno en mente. El conflicto entre Israel y Palestina es seguramente el error más increíble de la historia de Occidente, creado a propósito al final de la segunda guerra con la decisión de imponer la creación del Estado de Israel en la tierra de Palestina, sin ningún trabajo preparatorio con las poblaciones locales y sin ninguna compensación, peor aún, sin ningún control y censura de lo que los judíos hubieran hecho en esa región desde el primer día.
A lo largo de las décadas, se han ido despertando poco a poco las pesadillas que creíamos olvidadas, es decir, aquellos pueblos indígenas, las "primeras naciones", que habíamos subyugado, clasificado como infrahumanos y que han iniciado el largo camino hacia su propia existencia pública y legal a nivel internacional.
No hay un solo país europeo (ni siquiera hablo de estadounidenses, canadienses, australianos, neozelandeses...) que pueda afirmar que está libre de culpa de los pueblos indígenas locales. Por eso seguimos fingiendo que no ha pasado nada.
Pero han vuelto y han empezado a reclamar sus tierras y territorios. Las respuestas de los occidentales son similares a las de nuestro gobierno (Berlusconi) y a las de los carabinieri y los mandos policiales en el momento de la cumbre del G8 en Génova (2001): criminalizar la disidencia, sacar el agua donde nadaba este pez de pensamiento diferente y poco ortodoxo, y golpear hasta la muerte a los que se atrevían a criticar. Parece que hablo de los rusos, pero me refiero al presidente saliente de Chile, que respondió a la legítima petición del pueblo mapuche de recuperar sus tierras militarizando el sur del país y enviando al ejército.
Los europeos no hemos dicho nada, ya que se trata de un asunto interno de un país. Sin embargo, es una pena que ésta sea exactamente la excusa de los chinos cuando se les critica por lo que hacen a los uigures: si la excusa es de los chinos, no vale; pero si la utilizamos nosotros, siempre encontramos una forma de justificarla.
La estructura que empieza a crujir un poco en todas partes no es tanto el equilibrio Este-Oeste, sino el más antiguo de los Estados-nación inventado a finales del siglo XIX. Recordemos el levantamiento de Chiapas en 1994, o la guerra que se está librando en el Sáhara, quizás yendo un poco hacia el oeste alguien recuerde que hay un pueblo saharaui que lleva décadas luchando para que se reconozca su existencia y su territorio. Aquí también hay docenas, quizás cientos de ejemplos, y en este mundo que se derrumba no sólo no hay una mosca en el aire, sino que se permite que las fuerzas del mal (para usar la retórica estadounidense y ahora rusa) se apoderen incluso de los pocos y frágiles instrumentos de diálogo internacional, como las Naciones Unidas. La operación lanzada por el mundo económico-financiero para apoderarse no sólo de nuestros sistemas alimentarios, sino también de la base genética sobre la que construir los futuros productos hipertransformados que nos harán comer como pollos de granja, una operación largamente denunciada por unos pocos (pero bien preparados) grupos de oposición de la sociedad civil, se hizo pública con la Cumbre Mundial de Sistemas Alimentarios. Detrás de esta ventana se encuentra el control general de las Naciones Unidas por parte del sector privado, algo que ya se hizo evidente en la cumbre de 2012 en Río de Janeiro para el 20º aniversario de la Cumbre de la Tierra de 1992. Hubo más empresas del sector privado (incluidos los sectores financiero y de big data) que representantes de los sectores gubernamental y asociativo. Ya entonces el diseño era claro, pues la primera etapa era asociarse a las deliberaciones, mientras que ahora son ellos los que toman la iniciativa.
Su estructura de desbordamiento está impregnando cada vez más a los gobiernos de medio mundo, y lo que debería preocuparnos es que, sin un mecanismo reconocido, creíble y suprapartidista, será muy, muy difícil sentarse a la mesa a discutir el mundo que hay que construir.
De alguna manera tendremos que salir de esta guerra en casa, es decir, alguien tendrá que ser capaz de facilitar un proceso de diálogo y negociación. Todo el mundo está de acuerdo en que Putin ha calculado mal y que cada día que pasa se pone más nervioso y mentalmente inestable, lo cual es una mala señal. Para encontrar una solución, como escribí hace unos días, la diplomacia tendrá que trabajar para encontrar algo que permita a Vladimir salvar la cara, de lo contrario podrá pulsar el botón nuclear. Pero sea cual sea la "solución", recordemos que nunca será estructural, porque son los propios cimientos del estar juntos los que se están desmoronando. Putin tiene este fenómeno en casa, en la versión que en teoría debería entender mejor, es decir, el calentamiento climático del permafrost que está empezando a hacer inestables partes de Siberia. Si no entiende la inestabilidad debida a las dinámicas sociales, entonces quizás las teóricamente más "neutras" o "técnicas" deberían estar a su alcance, aunque todavía no parece ser el caso. Su forma troglodita de pensar y actuar es que, a cada intento de recuperar un espacio libre e independiente, siempre responde enviando soldados y masacrando a todos, militares y civiles, como nos enseñó Chechenia.
Pero este bradisismo social no lo tiene sólo él, lo tenemos todos, empezando por Francia, que sigue sin querer renunciar a "sus" territorios o departamentos de ultramar por razones geopolíticas, no democráticas. Toda África, subdividida en países reconocidos por la ONU en función de los intereses occidentales, ha iniciado un camino cuya evolución es difícil de predecir: ¿hemos olvidado ya que hace unos meses el ejército del Tigray casi llegaba a Addis Abeba con la posibilidad de hacer saltar también este régimen? ¿Hemos olvidado que Somalia, como país unitario, no existe desde hace tiempo, salvo en la ficción de la ONU? ¿Y qué pasa con Libia?
En resumen, este largo camino ha comenzado frente a nuestra casa y lo único que vemos son los inmigrantes en nuestras costas. Nadie los quiere, ni en Italia ni en Europa, pero entonces todos los sectores productivos están contentos de tener mano de obra a precios de ganga, sin derechos y por tanto sin posibilidad de reclamar.
Seguimos aplicando el método Andreotti: ¡sobrevivir! (tirare a campare). Il Gobbo solía decir que esto era mejor que estirar la pata. Esto demuestra que puede haber sido un zorro en la política, pero nunca entendió que a fuerza de arrastrar los pies, buscando una solución por aquí, otra por allá, rezando y esperando al buen Dios, nosotros también acabaremos estirando la pata.
Es hora de empezar a pensar en grande. Alguien tiene que tener el valor y la fuerza de ir más allá de nuestras narices, en este caso de este conflicto permanente, y empezar a plantearse los problemas estructurales de estar juntos. Cuando dos desconocidos (para la mayoría) prisioneros antifascistas, Ernesto Rossi y Altiero Spinelli, escribieron el llamamiento a una Europa libre y unida en 1941 - Un proyecto de manifiesto (más tarde conocido como el Manifiesto de Ventotene), estábamos en medio de una guerra que parecía ganada por los nazifascistas. Había que ser un visionario para lanzar un mensaje así. Luego las cosas fueron diferentes para los nazifascistas, perdieron la guerra y empezó a germinar la idea de construir una Europa unida. Esa es la idea: se empieza plantando una semilla, protegiéndola del frío y luego se intenta crear un entorno favorable para que crezca. Dentro de unas décadas será un árbol, grande, frondoso o no. Dependerá de nosotros, no sólo empezar, sino luchar por fortalecerlo, y luego buscar a quienes estén dispuestos (y creo que hay muchas personas, asociaciones y demás) a juntar fuerzas y energías para un futuro diferente y mejor.
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