Este es el dilema, creo, que se plantea Vladimiro en estas horas. ¿Matar al presidente elegido democráticamente, con más del 73% de los votos, con el riesgo de convertirlo en un Che Guevara o en un Thomas Sankara ucraniano, dando aún más fuerza a la resistencia nacional, y poniéndose, Vladimir, para siempre fuera de la liga internacional, convirtiéndose en un paria, en un asesino, que se le echará en cara allá donde vaya, o dejarlo vivir, con el riesgo de que toda la estrategia basada en la idea de sustituir al gobierno actual por un títere, se vaya al infierno?
No debe ser fácil estar en los zapatos de Vladimir. Quizá piense en todos los fraudes que ha cometido desde que Yeltsin le puso al frente del Estado (de forma interina al principio), a cambio del primer decreto que firmó ofreciendo un salvoconducto a Yeltsin y su familia justo cuando las tenazas de la justicia empezaban a cerrarse. O pensará en las estafas que organizó cuando era la mano derecha del alcalde de San Petersburgo, embolsándose millones de euros pero dejando pruebas comprometedoras que le obligaron a hacer matar a algún periodista demasiado inquisitivo. O estará pensando en Chechenia, en lo fácil que fue bombardear y destruir todo, que incluso él entiende que sería difícil de aplicar en el caso ucraniano.
No creo que sea capaz de decirse a sí mismo que ha sido un completo idiota, pasando de una posición defendible, en el contexto de la actual RealPolitik, a saber, la voluntad de hacer cumplir esa zona de amortiguación prometida tras el desmoronamiento de la URSS y nunca mantenida por Occidente, a una posición que le hace irrepresentable para casi todo el mundo, aparte de los pocos sodalistas que quedan, Bielorrusia, Corea del Norte, Venezuela, Cuba, Nicaragua y Siria. No me gustaría estar en la piel de su mujer, que tendrá que sufrir la ira privada de un hombre que se creía un gran estratega y que ahora no sabe cómo salir de ella y salvar la cara. Es posible que lo tome como un punching-ball para su ira, ya que el método de la violencia es lo único que tiene en mente.
Se mire como se mire, Vladimir ha montado un lío del que le será difícil salir. Apretando las tuercas y prohibiéndole participar en todos los actos públicos, actos que pueden ser simbólicos pero que en nuestra sociedad de la imagen cuentan mucho, a él y a sus socios les esperan días negros. No creo que sea una coincidencia que ni siquiera China haya votado en contra de la moción en la Asamblea General de la ONU, limitándose a abstenerse. Creo que China también empiezas a pensar que ese método tiene unos costes mucho más elevados de lo que podías prever, así que esperarás a ver cómo sale el pequeño Vladimir, antes de pensar seriamente en invadir Taiwán. El problema es que el pequeño Vladimir, como los niños enfadados, es capaz de hacer todo tipo de cosas, al sentirse acorralado (por su culpa). No puede echar a ninguno de sus ministros, ya que toma sus propias decisiones, nadie quiere hablar con él, habiendo comprendido que no cumple sus promesas (¿recuerdan que dos días antes de invadir Ucrania había jurado que sus tropas se retiraban?) y por eso es capaz de decirle a sus tanques que sigan hasta Moldavia o quién sabe dónde.
Mención especial merece el alcalde de Kiev que, ante los soldados rusos capturados y muertos, envió un mensaje público a las madres rusas para que vinieran a buscarlos, para que vieran con sus propios ojos lo que hace el pequeño Vladimir.
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