Pedro de Ursúa no es precisamente el conquistador más conocido de la historia. No había cumplido 17 años cuando embarca hacia el nuevo mundo soñando con oro y aventuras. El oro jamás lo encontrará. Y las aventuras estarán lejos de ser lo que su imaginación adolescente concibió. Fue gobernador de Santafé de Bogotá y fundó Pamplona en un territorio que todavía no sabía llamarse Colombia, en honor y remembranza de la ciudad navarra. Le hizo la guerra a los panches, los muzos, los chitareros, los tayronas y los esclavos negros de Panamá. Torcidamente, más famoso que Ursúa mismo fue uno de sus asesinos, el célebre Lope de Aguirre, inspirador y motivo de varias novelas y hasta de una película de Werner Herzog, Aguirre, la ira de Dios. Entre las novelas, la excelente Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad, del venezolano Miguel Otero Silva, cuya lectura recomiendo con gran entusiasmo.A pesar de ello, el poeta y ensayista colombiano William Ospina decidió utilizar a dicho personaje como eje central de su primera novela, Ursúa, con la que inaugura una trilogía (cuyos títulos siguientes serán El país de la canela y La serpiente sin ojos). De entrada, la idea de saltar del verso a la narrativa y hacerlo con una novela de contenido histórico, pareciera una empresa temeraria. Pero Ospina ha tenido la paciencia necesaria para cocinar este primer producto durante 6 años, varios de los cuales fueron sin duda empeñados en la investigación de fondo. El lector tiene entre sus manos una novela que combina la habilidad del ensayo con el asombro de la poesía en una sucesión de historias que poco a poco van conformando un retrato de los primeros años del aventurero en sus guerras de pacificación de indios, eventos crueles que cumple para satisfacer las órdenes de su tío, Miguel Díaz de Armendáriz, juez de las Indias. Ursúa cumple de la manera más fiel posible todas las órdenes recibidas, pues sueña que su obediencia y el honor que dichos combates le proporcionarán a su nombre, le permitirán eventualmente emprender su verdadero sueño: encontrar El Dorado.
La historia está contada en primera persona por un narrador del cual no llegamos a saber su nombre y que, de manera no cronológica, nos refiere los recuerdos que le serán confiados por el propio Ursúa. El narrador nos lleva al pasado, a lo supuesto, a lo que ocurrirá después de la muerte del personaje central, con una sucesión de anécdotas y situaciones que no hacen más que representar la memoria tal como es. Porque ¿quién recuerda los hechos de manera ordenada? ¿Quién no salpica la historia de su vida con saltos y guiños a historias paralelas o referentes a los personajes que lo rodean?Especial mérito me parece que tienen en esta historia los momentos descriptivos o enumerativos, recurso narrativo en los que Ospina saca a la superficie diversas leyendas, los pueblos indígenas del Cauca y sus características, al tiempo que transmite esa sensación de asombro, fascinación y pavor que debieron sentir los españoles al penetrar en zonas selváticas, pobladas de insectos y animales desconocidos. Muy efectivo también es el uso del lenguaje que mantiene un tono acorde a la época en que se desarrolla la historia, a veces elaborado y algo barroco pero sin resultar pesado o ininteligible, permitiendo que la lectura fluya y que se disfrute de su prosa.No es de despreciar al personaje-narrador, un mestizo que cumple un papel mucho más complejo que nada más repetir las historias que le han sido contadas por Ursúa. Las pinceladas que tenemos de su propia vida lo convierten en un personaje que va despertando curiosidad en el lector y que presenta contradicciones que lo hacen totalmente creíble y humano. Admira y quiere a su amigo Ursúa, pero reconoce la crueldad de sus guerras. Aunque existen crónicas, textos y documentos de todo tipo que hablan de aquellas épocas atroces, narrar a través de la literatura es otra manera de atisbar en el pasado, de reconstruir y acercarnos a la historia que, aunque imaginada desde el presente, no deja de representar a la condición humana.La empresa temeraria de saltar de la poesía a la narrativa y con una novela de esta índole ha sido bien salvada por William Ospina, quien deslumbra con un trabajo sólidamente construido y quien nos deja esperando ansiosos por las siguientes entregas de su trilogía.
La historia está contada en primera persona por un narrador del cual no llegamos a saber su nombre y que, de manera no cronológica, nos refiere los recuerdos que le serán confiados por el propio Ursúa. El narrador nos lleva al pasado, a lo supuesto, a lo que ocurrirá después de la muerte del personaje central, con una sucesión de anécdotas y situaciones que no hacen más que representar la memoria tal como es. Porque ¿quién recuerda los hechos de manera ordenada? ¿Quién no salpica la historia de su vida con saltos y guiños a historias paralelas o referentes a los personajes que lo rodean?Especial mérito me parece que tienen en esta historia los momentos descriptivos o enumerativos, recurso narrativo en los que Ospina saca a la superficie diversas leyendas, los pueblos indígenas del Cauca y sus características, al tiempo que transmite esa sensación de asombro, fascinación y pavor que debieron sentir los españoles al penetrar en zonas selváticas, pobladas de insectos y animales desconocidos. Muy efectivo también es el uso del lenguaje que mantiene un tono acorde a la época en que se desarrolla la historia, a veces elaborado y algo barroco pero sin resultar pesado o ininteligible, permitiendo que la lectura fluya y que se disfrute de su prosa.No es de despreciar al personaje-narrador, un mestizo que cumple un papel mucho más complejo que nada más repetir las historias que le han sido contadas por Ursúa. Las pinceladas que tenemos de su propia vida lo convierten en un personaje que va despertando curiosidad en el lector y que presenta contradicciones que lo hacen totalmente creíble y humano. Admira y quiere a su amigo Ursúa, pero reconoce la crueldad de sus guerras. Aunque existen crónicas, textos y documentos de todo tipo que hablan de aquellas épocas atroces, narrar a través de la literatura es otra manera de atisbar en el pasado, de reconstruir y acercarnos a la historia que, aunque imaginada desde el presente, no deja de representar a la condición humana.La empresa temeraria de saltar de la poesía a la narrativa y con una novela de esta índole ha sido bien salvada por William Ospina, quien deslumbra con un trabajo sólidamente construido y quien nos deja esperando ansiosos por las siguientes entregas de su trilogía.
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